LOLITA de V. Nabokov. Autenticidad y falsificación en las ilustraciones
Anaïs Vera
La tendencia actual en la edición de un libro es que éste incluya una portada atrayente. Las empresas editoriales conocen que una buena portada tiene mucha influencia en la decisión de los lectores para elegir, y comprar, un libro. Una buena ilustración siempre es la puerta perfecta para facilitar la entrada en la historia que se cuente en el libro. Sólo los libros de éxito, los bestsellers en la terminología habitual, no precisan de este aditamento para que se vendan como rosquillas, al amparo de la fama del escritor o del éxito de la publicación. Aún en estos casos, la ilustración que se exhibe en la portada suele ser el resultado de una elaboración muy cuidada. La conjunción de una buena novela y una portada original introduce un valor añadido a la edición, convirtiendo el producto en verdaderas joyas en ediciones muy cuidadas.
En relación con la historia relatada en un libro, la portada debe proporcionar algunas claves que sean afines al motivo central del relato, destacando el motivo central. La portada es como una gota de esencia, que trata de seducir al lector. El trabajo del ilustrador tiene el reto de crear una obra artística, sujeto a dos condiciones: atraer al posible comprador de la obra y proporcionar una idea quinta-esencial del contenido del libro. No todos salen victoriosos en esta empresa, ni mucho menos consiguen el premio adecuado al esfuerzo que deben realizar para superar el reto. En ocasiones, porque es muy difícil sintetizar el relato en una idea semilla, o porque los intereses comerciales prevalezcan desvirtuando el objetivo; dicho de forma más clara, la búsqueda de la rentabilidad económica de la edición prevalece sobre el valor literario. En ocasiones, se adultera el enfoque central del libro con el fin de estimular las ventas a través de una portada que no responde fielmente al libro.
El caso de la novela Lolita de Vladimir Nabokov es un ejemplo de la diversidad de puntos de vistas e interpretaciones que pueden conducir a la ilustración con portadas realmente divergentes, no sólo desde el punto de vista artístico sino, fundamentalmente, sobre el grado de importancia que tienen en el relato los personajes protagonistas y sus comportamientos.
La portada de la primera publicación de Lolita sería incomprensible desde la estética y estrategias actuales de ilustradores y editores. Una portada sin imágenes, sólo título, nombre del autor y de la editorial. La portada respondía al estilo imperante en esa época. De facto, las portadas de las publicaciones realizadas en los años inmediatamente posteriores, traducciones del original, están cortadas por el mismo patrón. No obstante, atendiendo a las características de esta novela, décadas después de la primera edición, algunos creativos prefieren repetir esta línea de ilustración porque son incapaces de superar las dificultades que presenta esta novela para acertar con la adecuada ilustración.
Con las ilustraciones de Lolita conocidas hasta ahora, se cuentan con varios centenares, se aprecia la dificultad que plantea el libro para los ilustradores. Pongámonos en la piel del editor de Lolita, con un sustrato escabroso donde los haya: el enamoramiento de un adulto de una púber de doce años, cuyo comportamiento se aleja del habitual sufridor del acoso de un pedófilo. Partamos de la base que el comienzo de la novela dispone de muchos de los elementos técnicos de una novela erótica. Tengamos en cuenta que el propio Nabokov renuncia al poder moralizante de la ficción porque, para el autor de Lolita, una obra de ficción sólo existe en la medida en que me proporciona lo que llamaré lisa y llanamente placer estético, es decir, la sensación de que es algo, en algún lugar, relacionado con otros estados de ser en que el arte (curiosidad, ternura, bondad, éxtasis) es la norma. ¿Cómo proceder? ¿Debemos plasmar sólo el objeto de la pasión, Lolita, la nínfula que vuelve loco a Humbert? ¿Es lícita la falsificación de las intenciones del autor, o su reinterprentación tomando como referencias las nuevas ideas sociales y culturales que han invadido la sociedad desde la publicación de Lolita? ¿Podemos obviar que la atención se fije sobre el argumento de esta novela, que se supone conocida, tras el éxito obtenido desde su aparición y con varias películas en el mercado basadas en la misma?.
Bien es cierto que el título de la obra es ya una declaración de intenciones, que nos conduce a fijarnos sólo en el papel de la chica; pero es preciso recordar que la obra literaria es producto de un hombre, desde la mentalidad del hombre. Realzar el libro sólo con el nombre de Lolita, sin la contraparte del seductor y narrador, tiene un toque heredero de la tradición literaria centrada en los intereses y puntos de vista masculinos. El narrador describe su historia como el proceso de caída inevitable en la tentación, sin remordimientos, y como el subsiguiente proceso del mantenimiento fuera de toda lógica de una relación sin sentido, fruto de una pasión descontrolada. Claro que, en consonancia con las normas sociales del momento, el autor soluciona las aberraciones con un castigo múltiple. Primero ocurre la muerte de Quilty, el auténtico pedófilo, a manos de Humbert. La correspondiente acción penal sobre Humbert, que le conduce a morir en la cárcel, añadido a la muerte diferida de la propia Lolita al dar a luz a su bebé, justo cuando comienza su mayoría de edad, suponen la liberación para el propio lector de sus propios límites morales, que el autor no ha tenido al contar la historia.
El catálogo de ilustraciones del libro muestra el fraude intelectual subyacente en las portadas de algunas ediciones de este libro. La falsificación más recurrente es la idealización de la belleza de Lolita. Sin embargo, Lolita atrae al depravado Humbert no porque sea bella, sino porque es una nínfula, una chica sexualmente precoz y deseable. Aún más, la imagen de Lolita en algunas portadas se erotiza, llegando al extremo de ofrecerla desnuda, comunicando una idea bastante alejada de las intenciones del autor. Nabokov juega con la imaginación del lector para ubicar las escenas más explícitas en relación con su tensión punsional y deseo, pero sólo en una ocasión describe a Lolita desnuda, y como producto de su imaginación. La sensualidad evidente de las escenas que Humbert dibuja con riqueza textual desbordante están tamizadas por el tupido velo de la ambigüedad y la ausencia de morbo. Otras ilustraciones orientan al lector a la visión de una mujer adulta, obviando que la narración se sitúa en el límite de la pedofilia. Si la omisión de la imagen de Lolita pretende evitar la censura, oficial o del propio lector, la transformación en una joven o mujer adulta parece responder al mismo criterio de auto-censura..
Es evidente que muchas de las ilustraciones plantean la mezcla de perspectivas que Nabokov desarrolla en su libro. Casi siempre mostrando algún signo erótico, símbolo de la relación carnal entre los protagonistas, en conjunción con muestras evidentes de la corta edad de Lolita. El cartel de la película de Stanley Kubrik, mimetizada en muchas portadas que tienen la misma estrategia, es el iniciador de esta línea de ilustración que es menos evidente con el cartel de la película de Adrian Lyne y por tanto menos utilizado en las portadas. En algunos casos se sustituyen los signos eróticos por símbolos lejanamente conectados con él.
Llama la atención que algunos ilustradores destaquen la ingenuidad y corta edad de Lolita, representándola como niña pre-adolescente. A mi juicio, es una línea equivocada para orientar al lector. Paradójicamente, con la ingenuidad esperable en una adolescente, sin el control que realiza Lolita de su oponente, a través de su laxitud para evitar la pasión del adulto - laxitud entendida como estrategia inconsciente de resolución completa de su feminidad, y nunca como acción culposa de la mujer con cuerpo de niña – el foco central de la novela hubiera tornado el rumbo de un drama propio de las noticias de sucesos. Un caso de pederastia con la víctima inocente de la depravación del hombre; hubiera sido un libro donde se rompen las reglas de comportamiento establecidos por el hombre, que tiene también sus límites en relación con la mujer.
El tema central del libro no es el sexo, ni siquiera trata sobre los ritos de seducción más o menos explícitos y detallados para conseguir la satisfacción del deseo. El libro es un relato de dos formas de poder y control de cada uno de ellos, desde una posición cultural, biológica y económica bien distintas. Un libro sobre la posición dominante del hombre en la sociedad del momento, aunque también de la forma en que desarrolla la niña-mujer sus estrategias de control.
Desde el punto de vista de muchas ilustraciones destacan la sexualidad como núcleo central de la narración, obviando que es un elemento básico y necesario, pero circunstancial de la narración. El prólogo del autor, que utiliza un supuesto legado a un doctor en filosofía, desvela la preocupación del autor por centrar en el punto justo la lectura de algunas escenas, afrodisíacas para los mojigatos, funcionales para el narrador, carente de términos obscenos y despojados de la intencionalidad provocadora de la literatura al caso. Es más, el alter ego de Nabokob, John Ray Jr, declara en el prólogo un propósito moralista en la novela, que no es compartido por el propio autor en su epílogo, un guiño al doble juego que se trae con la historia de Lolita.
Lolita de Nabokov todavía está a la espera de una ilustración que acierte con plenitud en capturar el complejo mundo de sensaciones, pulsiones y tensiones emocionales que el magnífico trabajo del escritor ruso engendró en una lengua ajena, en un inglés mediocre según él. Un trabajo que pretendía ser el ejercicio literario de un ilusionista. Un libro a la espera de una portada original y auténtica.