DEL HOMO SAPIENS AL HOMO CIBORG: EL MISTERIO VENCE
Mariano Rivera Cross
Poeta, novelista y dramaturgo
(EPÍLOGO del libro EL MISTERIO de José L. Abellán)
Si precisamente nuestro ilustre autor, José Luis Abellán, desde un punto de vista literario traza en su libro, estructuralmente hablando, una línea circular en la que se une el Hombre Primitivo y el Hombre actual Postcontemporáneo a través del MISTERIO, y el DESTINO, FATUM o cualquier otra denominación lingüística para definir la INCÓGNITA DE LO POR VENIR es la gran esencia del devenir existencial, por cuanto todos los seres, sin determinación del tiempo ni del espacio, nos hemos preguntado y nos seguimos preguntando (y tal vez nos preguntemos hasta la ¿eternidad?), por qué existimos, para qué existimos y si existe la muerte total o si el alma etérea sigue existiendo, ya escapada de nuestros cuerpos, o si desde puntos de vista de fe religiosa, resucitaremos en un futuro indeterminado en cuerpo, sin duda ha de existir el Destino enmascarado en Misterio cuando hará unos ocho años conocí personalmente a José Luis Abellán en El Escorial, localidad que la convertí en mi segunda residencia cuando me prejubilé como catedrático de Literatura de Bachillerato, y hace seis años, estrechadas nuestras amistades por identidades intuitivas, accedió a escribirme el prólogo de mi libro de poemas titulado El Software de la Inmortalidad (cuando él mismo en dicho prólogo asegura no haber hecho nunca prólogo a libros de poesía), argumentando en el mismo prólogo que accede a escribirlo porque considera que El Software de la Inmortalidad, más que un libro de poesía, se trata de un manifiesto,... manifestación suprema de modernidad, enmarcándola en lo que la modernidad puede tener en nuestros días de “contemporaneidad o “postcontemporaneidad”.
Y digo que existe el Destino, y, por lo tanto estamos inmerso en el Misterio, porque exactamente el viernes 17 de abril de 2015 le llamo al móvil para saber de sus achaques, nos citamos para el sábado 18 en el Salón de Actos de Cultura de San Lorenzo de El Escorial, curiosamente en una presentación de un libro sobre Santa Teresa, con canto incluido de uno de sus poemas, y digo curiosamente por lo que tiene de experiencia numinosa los estados místicos de la poesía en la Santa -a la que alude José Luis Abellán en este libro-, y la concomitancia con mi libro de poemas El Software de la Inmortalidad. Y, tras el acto, ante una clara de cerveza y una copa de vino, me habla de su libro El Misterio, me plantea escribirle un Epílogo al que yo entusiasmado accedo por lo que representa José Luis Abellán como amigo y como uno de los mayores pensadores españoles de las últimas décadas del siglo pasado y de lo que llevamos de este nuestro siglo XXI, y a mi vez le propongo la edición en la nueva Editorial Dalya que tan generosamente está creyendo en mi obra literaria y apostando por todos los autores de solvencia reconocida, como es el caso del autor de El Misterio, y José Luis Abellán, con su sencillez y generosidad natural, accede con el regocijo de quien escribe este Epílogo.
Y es que en ambos libros, El Misterio y El Software de la Inmortalidad, cuestionamos el matrimonio de la Filosofía con las Ciencias desde las últimas décadas del siglo XX hasta nuestros días, en lo que se ha venido a llamar en la Historia de la Filosofía el Transhumanismo, por lo que tiene de jubiloso optimismo hasta el punto de argumentar en sus libros muchos de los filósofos de dicho Movimiento filosófico-cultural que en este mismo siglo XXI conoceremos el misterio de la creación del Universo e incluso del Multiverso, y, si es nuestro deseo, incluso llegaremos a conseguir la inmortalidad.
Casi todos los poemas del El Software de la Inmortalidad llevan citas, bien de filósofos y científicos Transhumanistas, bien de pensadores y científicos que cuestionan y dudan de sus argumentos y afirmaciones temerarias, y, tal como hace José Luis Abellán en El Misterio, aludo a científicos caso de Brian Greene, por su libro El Universo elegante (1999), como cita al poema titulado La Teoría de las cuerdas, tema con que cierra su libro Abellán al hablarnos del intuido hallazgo del Multiverso, «por el cual las interpretaciones sobre el lado oscuro del universo no nos permite de momento ir más lejos», y, por lo tanto el Misterio sigue siendo el mismo para el hombre de las cavernas que se preguntaba por qué el dios sol sale y se esconde todos los días, que para el hombre actual que se pregunta por qué un día cruje la tierra bajo nuestros pies y representa sus dudas o su fe en una escultura de Cristo o en un cuadro expresionista. O bien el poema de El Software de la Inmortalidad, Life for sale cuya cita de Matt Ridley, Qué nos hace humanos (2003) nos cuestiona: «La especie humana no está concienciada para ser inmortal». O la alusión de Abellán en su prólogo al famoso filósofo alemán, Peter Sloterdijk (insólito pero cierto, capaz de vender millones de ejemplares de su libro Normas para el Parque Humano, 1999), en cuanto al hecho de definir el puesto del Hombre en el Cosmos, su defensa de la manipulación genética de los humanos y la aseveración de que la Ciencia ha sustituido a la Filosofía, en clara correspondencia con las citas de tres de mis poemas, cuyos títulos aluden a los adelantos de la Biología Genética, Dolly se presenta en sociedad, Wolfciber y los cincos cerditos clónicos y La ratona Cumulina, todos ellos con citas de Peter Sloterdijk, tomadas de sus libros Experimentos con uno mismo (2003), Crítica de la razón cínica (1983) y Extrañamiento del mundo (2001).
Y, para acabar, porque un Epílogo es conclusión de conclusiones, la correspondencia del libro que nos ocupa, El Misterio, con El Software de la Inmortalidad, al hacer referencia de manera directa o figurando como contenido de las Notas a final de los capítulos, a otros muchos filósofos-científicos del Transhumanismo, caso de Joseph Weizenbaum, La frontera entre el ordenador y la mente (1977), El poder de la computadora y la Razón Humana (1976), o el optimismo de Ray Kurzweil en La era de las máquinas espirituales (1990), o la anulación del tiempo físico por Peter Lynds, al que alude Abellán en los capítulos VIII y IX de la II Parte, La ciencia como nuevo paradigma y El Modelo Estándar: descubrimiento del bosón de Higgs, y es cita del poema del libro El Software de la Inmortalidad: «La flecha del tiempo no existe». Peter Lynds afirma en su famoso artículo publicado en Foundations of Physics Letters que los cuerpos no pueden tener una posición relativa determinada, ya que, si la tuvieran, no podrían estar en movimiento permanente. Según él, la flecha del tiempo no existe: son los procesos cerebrales asociados a la conciencia los que fijan para nuestra percepción los cuerpos en el espacio y en el tiempo. Mas por qué molestar, hincarle tantos alfileres al Misterio, cuando es base de la existencia de nuestro espíritu, (y maravillosamente puede que lo sea hasta la perpetuación de la especie), y ha permitido que en las postrimerías de nuestras vidas, «con un pie ya en el estribo», como diría nuestro genial Cervantes, el destino se haya confabulado en unir en amistad al ilustre pensador José Luis Abellán y a un servidor, modesto escritor y poeta.