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Pasolini, el poeta del amanecer

INTRODUCCIÓN

 

Nuestras vidas cotidianas se hallan comprometidas cada vez más con la movilidad incesante que nace de causas tanto tecnológicas como sociales, económicas o políticas.

Antonio Fernández. Nomadismos contemporáneos.

 

Cuando los padres de Hanzo consiguieron acceder, tras innumerables intentos fallidos, a la especie de fortaleza digital en la que había convertido su dormitorio, encontraron al joven agonizando.

La cortina de la ventana que su hijo se había hecho construir en la pared de la habitación que daba al pasillo, no permitía ver lo que ocurría en el interior de la estancia. Sobre la repisa, los alimentos depositados el día anterior seguían intactos. Ante la ausencia de respuesta a sus reiterados intentos de tener noticias, no les quedó más remedio que forzar la puerta.

Watanabe Hanzo yacía sobre su futón, pálido y extremadamente delgado. Su cuerpo ya había consumido prácticamente todos los recursos disponibles, en un último intento por aferrarse a una vida que se le escapaba inexorablemente debido a la falta de alimentos.

Su madre trató de hacerle vomitar, convencida de que habría ingerido alguna sustancia tóxica. Por fortuna, los servicios de emergencia aparecieron a tiempo para hacerse cargo del moribundo y practicarle las adecuadas maniobras de reanimación.

El equipamiento al que se refería el doctor era una especie de sala de control de la NASA en miniatura. Pantallas de plasma de 55 pulgadas cubrían las paredes. Gafas y cascos de realidad virtual y visores de realidad aumentada, además de una torre con tres superordenadores de sobremesa interconectados, conferían a la habitación una imagen de hiperespacio envolvente, en el que los humanos eran la excepción.

Los angustiados padres no alcanzaban a comprender lo ocurrido. Su hijo pasaba largos periodos de tiempo enfrascado en “sus cosas”, como solía responder cuando se interesaban por sus actividades, pero nunca habían sospechado que mantuviera esa especie de huelga de hambre que el responsable del equipo de emergencias les estaba describiendo.

Los acontecimientos se sucedían ante sus atónitos ojos a mayor velocidad de la que sus cerebros podían asimilar. Dejaban la comida y la bebida en la repisa del ventanal, tal como su hijo les había indicado, y golpeaban el cristal con los nudillos a modo de aviso.

Los platos y vasos aparecían vacíos a la mañana siguiente. Los restos de la fruta, como las cáscaras de plátano, naranja o huesos de melocotón los devolvía envueltos en la misma servilleta de papel que adjuntaban en cada menú.

Unos discretos golpes en la puerta de acceso a la vivienda fue la señal para que una camilla con ruedas, provista de una percha de la que colgaban bolsas de suero, apareciese milagrosamente junto a la cama del inerte Hanzo. Unos instantes después, el agonizante explorador de los mundos digitales paralelos se encontraba instalado y amarrado sobre la batea.

Un experimentado enfermero había conectado el suero a las venas de sus brazos y regulaba el flujo de entrada del líquido vital a su organismo a través de las correspondientes válvulas.

El ascensor del edificio no era el montacamillas de un hospital, pero sí contaba con el espacio suficiente para acoger al demacrado Hanzo y a su enfermero. Minutos después, la UVI Móvil que aguardaba frente al portal de la finca se ponía en marcha con dirección al centro hospitalario más cercano, al que ya habían advertido de la llegada del nuevo paciente.

Los Watanabe1, Haruto y Honoka, vieron alejarse a la ambulancia sin atreverse a admitir que, tal vez, no volverían a ver a su hijo con vida.

Hanzo se consideraba a sí mismo un creador de contenidos digitales. Como usuario activo de la mayoría de las denominadas Redes Sociales, utilizaba el pseudónimo “HaloQ”.

Tenía un espacio en Twitch, con su propio canal, en el que emitía sus consejos y opiniones dos horas a la semana y otro en Mirrativ, una nueva plataforma de streaming2 desarrollada por la compañía japonesa DeNA. Por supuesto, también interactuaba en las plataformas consideradas de uso masivo, como las de Meta (Facebook e Instagram), así como en Tumblr, Line, Qzone, Sina Weibo, Mixi, Ameba, GREE, Twitter, TikTok, Baidu Tieba, LinkedIn, Reddit y Pinterest, entre otras.

A pesar de todo, no se percibía como un “Hikikomori”, término empleado para designar a los adolescentes y jóvenes japoneses, que había sido acuñado por el psiquiatra Tamaki Saito y que significa estar recluido.

Para el doctor Saito se trataba de una forma voluntaria de aislamiento social o auto reclusión, debido a factores tanto personales como sociales. Esta actividad se asocia con jóvenes adolescentes con un alto grado de sensibilidad, tímidos, introvertidos, con pocas relaciones de amistad y que comparten una percepción del mundo exterior como algo violento que les agrede constantemente. A todos estos precedentes pueden sumarse las malas relaciones en el seno de la familia.

La vida de las personas afectadas por este peculiar comportamiento se desarrolla en el interior de una habitación de la que no salen, inmersos en un mundo virtual, rodeados de tecnología e internet, aunque recientes estudios han puesto de manifiesto que únicamente el 10% de los que sufren esta patología utilizan internet para relacionarse con otras personas.

Tamaki Saito se refirió a este trastorno por primera vez en 1998 en su libro Sakateki hikikomori, una adolescencia sin fin. En aquel primer momento definió este comportamiento como el de “aquellos que se retiran completamente de la sociedad y permanecen en sus propias casas durante un periodo mayor a 6 meses, con un inicio en la última mitad de los 20 años y para quienes esta condición no se explica mejor por otro trastorno psiquiátrico”. Es decir, no hay otra explicación psicológica o psiquiátrica que justifique este tipo de comportamiento.

Por lo general, se relaciona este fenómeno social con Japón, pero se está extendiendo a otras partes del mundo. Cada vez hay más casos de hikikomori en China, India, Italia, Francia, Reino Unido, Estados Unidos... y también en España, aunque aquí se le conoce más como “síndrome de la puerta cerrada”.

* * *

El Kioto Shinmanchi Hospital tenía un gran prestigio como centro sanitario. Se encontraba en el distrito de Nakagyo, muy cerca del domicilio del paciente.

Watanabe Hanzo ingresó en una unidad especializada, diseñada con todo tipo de protocolos específicos para tratar esta clase de situaciones, que eran cada vez más frecuentes entre los jóvenes y adolescentes japoneses.

Al mismo tiempo que los especialistas extraían diferentes muestras biológicas de Watabane Hanzo-san3, para su inmediato análisis, su padre, Watanabe Haruto, trataba de poner en marcha el sofisticado equipo informático que utilizaba su hijo.

Hasta muy entrada la noche no fue capaz de conectar el impresionante despliegue tecnológico que Hanzo había instalado en su fortaleza digital.

Sus dos titulaciones superiores, en ingeniería y en física, eran un mero adorno ante el enjambre de servidores, monitores, almacenamiento de datos y todo tipo de equipos, dispositivos, elementos auxiliares y protocolos para conectarse al mundo cibernético que tenía delante de él.

Esbozó una ligera sonrisa de triunfo cuando comprobó que el sistema le permitía acceder a lo que le pareció algo similar a una pantalla de inicio, equivalente a las de los discretos ordenadores personales que utilizaba a diario en los puestos de trabajo de la empresa en la que estaba empleado desde hacía 32 años.

Unos discretos golpes en la puerta de la habitación le devolvieron a la realidad.

La cena transcurrió en silencio. Por primera vez en mucho tiempo no hubo una bandeja esperando para trasladarse a la repisa de la ventana con la que su único hijo se asomaba al mundo real.

Ambos progenitores conocían la angustia del otro, pero no hicieron ningún comentario al respecto. En la civilizada cultura japonesa no es educado decir palabras o frases que puedan aumentar la angustia de quienes resulta evidente que están pasando por momentos delicados.

El señor Watanabe elogió los alimentos, así como la preparación y el sabor de los ingredientes utilizados. Estaban recogiendo los últimos enseres que quedaban sobre la mesa cuando sonó el móvil del padre.

Esperaban una llamada de los doctores, pero los nervios y la zozobra del momento hizo que la respuesta no se produjera hasta el quinto tono.

No era la mejor noticia del mundo, pero sí muy esperanzadora. Sintió la muda pregunta en los ojos de su esposa, antes de agradecer la llamada.

El doctor repitió las mismas palabras a la señora Watanabe, ya que era consciente de que la emoción del padre, al conocer la delicada situación de su hijo, no le iba a permitir expresarse con la precisión que el exigente contexto requería.

La conversación se dio por acabada con la expresión de las fórmulas de agradecimiento conocidas por los Watanabe.

Con diferentes muestras de apoyo mutuo terminaron de recoger la cocina y se retiraron a su dormitorio, completamente agotados.

Los dos fingieron dormir para que el otro no fuera consciente de que la angustia por la recuperación de su único hijo no se lo permitía.

CAPÍTULO I

 

¿Hasta dónde llegarán estas nuevas tecnologías? ¿Serán capaces de pensar o tener sentimientos? ¿Sustituirán a los seres humanos?

Dilemas éticos.

 

A diez mil ochocientos kilómetros de distancia, el joven Alonso Quijorna intentaba establecer comunicación con su amigo japonés, que llevaba más de dos semanas sin dar señales de vida.

En la ciudad de Kioto, capital de la prefectura del mismo nombre, el reloj marca siete horas más que en Tomelloso, pero Hanzo solía contactar con él a las 9 de la noche, hora española, cuando en su país eran las cuatro de la mañana.

Inesperadamente se restableció la comunicación, aunque la imagen que apareció en pantalla no era la de su amigo, ni la de su avatar, HaloQ.

La inesperada noticia hizo que Alonso se quedara sin palabras. Tras unos instantes de incertidumbre acertó a preguntar.

La perplejidad se trasladó desde un lugar de La Mancha, hasta un barrio residencial de la capital de la prefectura de Kioto.

Watanabe Haruto era un hombre moderno, conocedor de la realidad sociocultural del momento. Su hijo trabajaba como autónomo para diferentes compañías de diseño gráfico, por lo que se le consideraba un nómada digital, alguien que cambia de lugar en busca de mejores oportunidades... pero desde su propio equipo informático.

Estos profesionales utilizan avanzadas tecnologías de comunicación, sobre todo Internet y aplicaciones de software, de las cuales dependen para cumplir sus objetivos laborales. Sus herramientas de trabajo indispensables son los superordenadores, aunque también utilizan profusamente equipos fotográficos y de vídeo.

El padre de Hanzo tardó en asimilar la noticia. Su brillante hijo, al que la ingente cantidad de trabajo por hacer no le permitía salir de su habitación ni para abrazar a su madre... era una relevante figura de la Realidad Virtual, ese mundo paralelo en el que se refugian todo tipo de inadaptados sociales.

De hecho, era conocedor de que la R. V. había logrado tener un gran impacto psicológico, sobre todo gracias a su capacidad para engañar al cerebro para que experimente sensaciones que no son reales, pero que lo parecen, generando situaciones ficticias con el objetivo de analizar, tratar e influir en los comportamientos sociales.

En este sentido, la R.V. permite incluso alcanzar un grado de exposición superior al que sería posible en vivo, dado que la manipulación de un entorno virtual facilita enfatizar aquellas situaciones a investigar, por lo que la sensación de realismo es un aspecto clave.

Alonso conocía el arraigo que tienen las costumbres en Japón. A 34 kilómetros de Tomelloso, los molinos de viento de Campo de Criptana, el escenario de la mítica batalla contra lo que Don Quijote consideraba gigantes, recibía la visita de más de 26.000 turistas al año procedentes del país del sol naciente. La inmensa mayoría se desplazaba también a las cercanas Lagunas de Ruidera, escenario de otro de sus episodios.

Como amante de su cultura y tradiciones, el pueblo japonés tiene un gran apego al código Bushido, en el que encuentran muchas similitudes con las reglas de conducta del ingenioso hidalgo manchego.

Más que una recopilación de normas para el buen comportamiento, el bushido se considera una completa filosofía de vida que se ejerce con espiritualidad, disciplina y compromiso en todas y cada una de las circunstancias de la vida cotidiana.

Su esposa le dio su consentimiento sin reservas. En Kioto, la ciudad que había sido capital del Imperio desde el año 794 hasta 1868, no podría ayudar a su amado hijo. Si en los confines de Europa había una esperanza, por remota que fuera, su obligación como padre era investigarla.

Watabane Haruto había comunicado a la empresa las circunstancias de la grave crisis del estado de salud de su hijo. Por eso causó extrañeza que se presentara a la mañana siguiente y solicitara una reunión urgente con el responsable de su departamento y el de Recursos Humanos.

La empresa le permitió utilizar los veinte días de vacaciones que concede la Ley Laboral de Japón a las personas que llevan trabajando más de seis años y medio ininterrumpidos en la misma compañía. Incluso le sugirieron que podrían adelantarle otros veinte días a cargo del año siguiente, si fuera necesario.

Esa misma tarde, en la cercana sucursal de Kioto de una acreditada agencia de viajes, consiguió los pasajes necesarios para volar al día siguiente desde Tokio a Madrid, con escala en Múnich.

Le informaron que desde Madrid podría desplazarse en tren hasta Alcázar de San Juan, la estación más cercana a la localidad de Tomelloso. También le hicieron una prerreserva, con cancelación gratuita hasta 48 horas antes de su llegada, en La Lujosa casa en la cuna del Quijote, una instalación hotelera situada a 3,3 kilómetros del centro de la población.

La llamada de Alonso fue puntual. Al joven manchego no le sorprendió que la madre de su amigo también estuviera presente cuando se inició la conexión.

Alonso cortó la comunicación y procedió a sumergirse en el universo paralelo de los juegos de rol que transcurren dentro de lo que Tom Caudell bautizó como realidad aumentada, al principio de la década de los 90 del pasado siglo.

 

En lo que era el cuartel general y laboratorio de HaloQ, sus desconsolados padres permanecieron juntos mucho tiempo después de que se apagara la pantalla.

 

Haruto Watanabe sabía que “realidad aumentada (RA)” es el término que se usa para describir al conjunto de tecnologías que permiten que un usuario visualice parte del mundo real, a través de un terminal tecnológico, con información gráfica añadida por el propio conector. El dispositivo, o conjunto de dispositivos, añaden información virtual a la información física preexistente, haciendo que lo artificial aparezca como real, hasta el punto de que se pueda tocar, alterar y moldear el conjunto como en el mundo perceptible.

La consecuencia de este proceso es la combinación de elementos físicos tangibles con elementos virtuales, creando así una nueva realidad que se ve aumentada y corregida de forma instantánea.

A la señora Watanabe le quedó claro que la RA combina elementos físicos y virtuales, en la que se interactúa en tiempo real en un entorno en tres dimensiones que te rodea completamente.

Esa tarde, Watanabe Haruto tomó el tren bala para recorrer, en 2 horas y cuarenta minutos, los 450 kilómetros que separan Kioto de Tokio. El vuelo de ANA (All Nippon Airways) despegó hacia el oeste a las 22:00.

En ese momento, los relojes en España marcaban las tres de la tarde. Después de comer, Alonso comprobó el avance del proceso de verificación y búsqueda de alternativas que había lanzado. Según la estimación del programa ejecutor, comprobó que faltaban aproximadamente 16 horas para que sus simuladores analizaran todas las posibles variantes.

Ante la alta probabilidad de llegar tarde a su cita en el aeropuerto de Madrid, decidió llamar a su amigo Jaime Martínez para pedirle asilo por una noche.

El viaje a Madrid resultó cómodo. No era un día festivo, por lo que los accesos a la capital no estaban demasiado saturados. Alonso no se molestó en dar vueltas en busca de una inexistente plaza de aparcamiento, de modo que se dirigió directamente al parquin de pago más cercano a la casa de su amigo Jaime.

Acompañaba su visita con dos botellas de vino tinto, con la etiqueta oficial de la Denominación de Origen La Mancha y una caja de 900 gramos de mantecados Hojaldritos.

Jaime y Alonso se habían conocido trabajando para una importante empresa de desarrollo de software, experta en sistemas antifraude y antivirus. El manchego se especializó en la tecnología web 3.09 y se independizó como Betatester autónomo (verificador de la calidad de productos en fase experimental). Su último encargo le llegó de HaloQ.

No tardó en darse cuenta de que este desarrollador de software estaba más allá del umbral de la era 4.0, la futura tecnología que utilizará sistemas inteligentes para predecir contextos habituales en base a la información procedente de la comunicación M2M o máquina a máquina; se basará en los sistemas Speech to text, por lo que podrá transferir de forma biunívoca voz y texto; tendrá en cuenta todo tipo de datos del entorno, tales como temperatura, ritmo cardiaco, condiciones ambientales, posición y ubicación exactas, etc., etc., lo que creará nuevas estructuras y modelos para interactuar con el usuario de forma especializada y personalizada. Y eso ya lo hacía con creces el videojuego de HaloQ.

Alonso detectó todas estas características en el nuevo proyecto. Y también lo que entendió como un riesgo improbable de que los nuevos desarrollos tecnológicos tuvieran la capacidad de deducir y analizar por su propia cuenta, sin necesidad de que existiera un algoritmo previo en su código fuente.

Aunque muchas de sus sugerencias no se tenían en cuenta, dedicaba de 14 a 16 horas al día a buscar errores, gazapos y situaciones comprometidas para el normal desarrollo de los complejos y enmarañados juegos que le confiaban.

A pesar de la bifurcación de sus caminos profesionales, Alonso llamaba a Jaime cada vez que tenía que ir a Madrid por cualquier circunstancia. Cuando Jaime y Ana se casaron, él fue quien entregó los anillos en el juzgado.

Pasaron la tarde hablando de todos estos temas. Alonso no quiso desvelar las verdaderas razones del viaje de la persona que iba a recoger al día siguiente, pero admitió que se trataba de una posible paradoja que tenía que ser verificada por un socio de su empleador en sus instalaciones locales.

La pequeña Anita tenía tres años, por lo que no procedía posponer su hora de descanso.

El sofá le resultó realmente cómodo.

CAPÍTULO II

 

No fue tanto la cantidad de libros que leía; fue, más bien, su interés por encontrar sentido a aquello que leía.

T. Angosto, doctor en psiquiatría.

 

La sala de llegada correspondiente al vuelo de Haruto Watanabe, en la Terminal 4 del aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas, estaba muy concurrida. Familiares, amigos y personal de acogida de agencias de viaje y empresas de todo tipo, se daban cita ante las puertas que se habrían de vez en cuando para dejar salir a pequeños grupos de pasajeros procedentes de los cuatro puntos cardinales.

Alonso colocó sobre su pecho la cartulina rotulada con el anagrama que utilizaba Hanzo Watanabe y se mantuvo a prudente distancia, asegurándose de ser visto, sobre todo por los varones con rasgos japoneses.

El vuelo que traía al padre de su jefe había aterrizado a la hora prevista. Se dio media hora de tiempo para el desembarco, recogida de equipajes y control de pasaportes, pero no tuvo en cuenta que la misma sala estaba siendo utilizada por diferentes vuelos, alguno de los cuales transportaba a cerca de trescientos pasajeros.

Cincuenta minutos después, un hombre de unos 45 años se plantó ante él con una visible inclinación de cabeza.

Alonso guio al recién llegado hasta el automóvil que tenía estacionado en el parquin. Quince minutos después se encontraban en la M40, en dirección Sur.

Cuando se desviaron en Madridejos, la llanura manchega le pareció interminable. Alonso explicaba las peculiaridades del viaje a su huésped, al que el nombre de la nueva autovía le había llamado la atención.

Poco después, el coche se detenía en el interior del garaje de la casa de Alonso, situada en la Avenida de Juan Carlos I. El anfitrión condujo a su invitado a sus dependencias, situadas en la planta superior, para que se instalase con comodidad.

El invitado no entendió el significado de la frase que acababa de oír, pero se abstuvo de preguntar por considerarlo descortés.

«Un cordero va a tener la culpa», quiere decir que será ejecutado, puesto que es culpable. La tradición tomellosera consiste en sacrificar un cordero y guardar las chuletillas, las asaduras y la cabeza. El resto se trocea para hacer la caldereta.

Alonso utilizaba una pierna deshuesada de cordero manchego para su caldereta personal. La cocía a fuego lento durante horas con una mezcla de vino, aceite, tomate, ajos, laurel y pimienta. La raza manchega suele tener menos carne, pero también es más sabrosa.

Había dejado el horno el día anterior a falta de media hora para completar el proceso. No estaba seguro de que le fuera a salir del todo bien, pero contaba con que su invitado no pudiera detectar la diferencia.

Encendió el horno y se dispuso a terminar de preparar el cordero. El resultado le sorprendió, pero aún más al padre de Hanzo. De postre había dispuesto floretas del Campo de Calatrava.

Durante la comida intentó conocer algo más de la situación de su mítico jefe, pero el señor Watanabe sabía menos acerca de las labores de su hijo que el propio Alonso.

El comentario de su invitado dejó a Alonso reflexionando sobre lo que el fantástico videojuego que estaba probando podría pretender.

Alonso conectó todos los aditamentos necesarios para visionar Don Quijote 4.0, lo que incluía gafas de realidad aumentada, monitores, auriculares y diferentes cámaras de video para interactuar con el sistema.

Haruto Watanabe golpeó con sutileza la puerta entreabierta para hacerse anunciar.

Pocos minutos más tarde, los títulos de crédito mostraban a cada uno de ellos la maravillosa aventura que estaban a punto de comenzar. La adaptación del sistema al usuario permitía que cada uno pudiera oír y leer, en su propio idioma, lo que acontecía ante sus visores.

Alonso ya conocía el desarrollo de la trama, pero el padre del creador se sorprendió al comprobar que la introducción a la historia mostraba el nacimiento de un varón, en el seno de una familia acomodada, en los tiempos del último shogunato, más conocido como Shogunato Tokugawa11.

Casi el mismo año en el que Cervantes terminaba la primera parte de su colosal novela, en Kioto nacía un varón llamado a ser un hatamoto12.

Cuando el guerrero alcanza la edad de 23 años, el juego cambia por completo. En ese momento aparece un apuesto joven del siglo XXI, intemporal y poderoso, llamado a conseguir que el bien y la justicia imperen en el mundo. Una detallada lista enumeraba las armas, recursos y habilidades con las que cuenta el jugador.

Para poder continuar, era necesario responder afirmativamente a la pregunta. ¿Te atreves a ser el último hatamoto?

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