



PRÓLOGO: UN POETA PARA LA HISTORIA
Esta intensa y emocionante novela escrita por Pedro García Cueto, titulada Pasolini, el poeta del amanecer, enfoca la precoz y duradera vocación poética del poeta italiano.
Pedro García Cueto ofrece al lector pinceladas imprescindibles sobre la vida de Pasolini que sirven de marco histórico y le ofrecen indicios para sumergirse en ese maravilloso mar que es el mundo interior y biográfico del gran artista, describiendo a Pasolini, con su mirada poética, política, sociológica y psicológica, y cómo supo distanciarse de su contexto personal, identificando matices y complejidades, donde otros simplifican ingenuamente. En la novela García Cueto hace sobresalir la dulce y delicada relación que el poeta tiene con su madre: (Veo a mi madre mirarse al espejo, pintarse, morena y hermosa, se acaricia/lentamente el pelo, preparada para salir a la calle. Me mira y sabe que/ espera mi aprobación, que le diga que está guapa. // Quería a mi madre, me daba la ternura eterna, la que no tuve de mi padre, lejano y siempre lejos de casa. Quería a mi madre, me daba la ternura eterna, la que no tuve de mi padre, lejano y siempre lejos de casa).
De hecho, como clave de la vida del escritor fue la relación con sus padres: el gran apego a su madre, la gran frialdad con su padre oficial, que tiene ideas diametralmente opuestas a las suyas.
Pedro García Cueto con gran precisión autobiográfica informa al lector del primer acercamiento de Pasolini a la poesía, por ejemplo, cuenta cómo empezó a escribir poesía a los siete años, gracias a un soneto que le escribió su madre, el poeta sólo a partir de ese momento pudo percibir que la poesía era algo fáctico, artesanal: Y descubrí que mi madre escribía, me entregó un soneto, que me emocionó, fue el germen de los versos que yo escribiría días después.
En esta novela la gran y polifacética capacidad de Pasolini como artista se resuelve enteramente en este “convulso”, en una inquietud subyacente, En cada una hay una característica específica, porque Pasolini siempre comunicaba con claridad, y con igual certeza lograba mirar dentro de sí mismo. Novela introspectiva, en la que Pedro García Cueto, trata con excelente naturalidad los temas biográficos como el de la homosexualidad. El mismo Pasolini decía que hablar de uno mismo, significa acceder a un magma, poco perceptible, en el que sólo se pueden hundir las manos casi casualmente, de forma arbitraria. (La vida era entonces un descubrimiento apasionado, todo era una especie de túnel donde uno se sumerge para ver fogonazos de luz, vislumbres que me cegaban. En un cuadro, en un poema, en un tema musical. Era entonces la vida no una copia, sino un espectáculo verdadero, que literalmente me emocionaba. Y me entusiasmaba rezar a la Virgen, al mismo tiempo que descubrí que el sexo solitario era también un placer. Darse cuenta de la provocación que sentía por esos jóvenes que admiraba, me llevaba a la masturbación, un nuevo descubrimiento).
Pasión por la vida en Pasolini
Nacido en Bolonia el 5 de marzo de 1922, Pasolini asistió al liceo clásico Galvani y gracias al profesor Antonio Rinaldi descubrió a Rimbaud y el antifascismo. (Y conocí en el liceo Galvani a Luciano Serra, un gran amigo de juventud. Ahora en Bolonia, nuevo destino de mi padre.)
Pedro García Cueto introduce el lector en la heterogeneidad del mundo polifacético de Pasolini como si el arte fuera una mezcla maravillosa de diferentes formas de expresarse: ávidos de cultura, enamorados de la poesía, la pintura, la música, pero yo sentía ya que el cine era un medio moderno, que conjugaba todo, que desvelaba todo y lo revelaba al mismo tiempo, era una combinación maravillosa de todo lo que amábamos.
Para Pasolini los años cuarenta son los de Casarsa, la ciudad materna, con el descubrimiento del friulano, lengua en la que escribe versos, y la adhesión a la religión campesina. En 1942 publicó la colección de poemas Friulan Poesie a Casarsa (Escribí mi primer libro de poemas que dediqué a mi padre, en plena guerra, lo titulé Poesía en Casarsa, y se editó en el verano de 1942.// ¿Por qué a mi padre? Quizá porque quería que me aceptara, que supiera que su hijo, no tan valiente como él, no amante de la batalla, sino del arte, lo admiraba. Por ello la poesía era un nexo de unión, un lugar de encuentro, entre él y yo). Se trata de versos tradicionalistas, escritos con un canon estilístico petrarquista. Luego, también por casualidad, empieza a escribir en dialecto, después de una especie de iluminación por haber oído la palabra rosada en la calle, desde la habitación en la que estaba escribiendo (que en dialecto friulano significa rocío). Probablemente, por la musicalidad de esa palabra vislumbró la posibilidad concreta de utilizar un lenguaje literario para expresar la realidad. (Me gustaba contemplar la naturaleza, esa que pervivía, cuando no estuviéramos, esa que nos enamoraba de aquella extraña manera, los árboles, el cielo, todo era para mí un motivo para escribir. Me confesaba poeta, porque necesitaba expresar todo eso que llevaba dentro, lo que ardía en mi interior). Quien conoce a Pasolini sabe que el tema fundamental de toda su obra (poética, pictórica, novedosa, cinematográfica, teatral) es la compasión y la comprensión por los humildes, por los marginados de la sociedad.
Durante la Resistencia, Pasolini perdió a su hermano luchando con los partisanos y esto quedó como una herida abierta durante mucho tiempo. Su hermano Guido (Recordaba a mi hermano Guido, a su felicidad truncada, ese príncipe del arrabal, que mi padre amaba, porque era el espejo de lo masculino, no un hijo pervertido como yo), fue asesinado en 1945 partidario de la brigada Osoppo (Y la muerte de mi hermano Guido, tan joven, lo que envolvió la casa en sombras, en silencios profundos entre mi padre y mi madre). Ese mismo año Pasolini se licenció en letras en Bolonia. Se graduó con una tesis sobre Pascoli, (Mi triunfo académico, con esa tesis cum laude sobre la obra de Giovanni Pascoli.) trabajó como docente y publicó sus primeros poemas.
Pedro García Cueto captura la gran pasión por la vida de Pier Paolo Pasolini y la resume en estas líneas poéticas: La vida era entonces un descubrimiento apasionado, todo era una especie de túnel donde uno se sumerge para ver fogonazos de luz, vislumbres que me cegaban, enfrentaban para saber quién era más inteligente y lograba meter el gol. La ciudad de Roma es para Pasolini un descubrimiento de los años cincuenta: él está encantado con los suburbios y declara provocativamente que ama a aquellos que no han pasado del cuarto grado y no se han dejado llevar por la cultura pequeño-burguesa.
Pedro García Cueto con su intento de transmitir su forma de ver la vida, su sentimentalidad, roza un tema muy íntimo en la vida de Pasolini, su homosexualidad, una orientación sexual poco aceptada en aquellas fechas. En los años 1960 se produjo la transición del poeta al cine y al teatro: el lenguaje cinematográfico se le apareció a Pasolini como el medio para escapar de las fronteras nacionales y de los límites de una lengua, la italiana, demasiado anclada a los modelos literarios. Hacia el final de su vida, Pasolini intensifica la polémica contra el desarrollo (no el progreso) en favor del consumismo y la nivelación.
Como consecuencia natural, era un intelectual inconveniente: marxista pero expulsado del Partido Comunista por “indignidad moral y política”; rebelde, pero crítico con el movimiento de protesta de 1968 (crítica que causó especial revuelo con el poema "¡El PCI para los jóvenes!"); homosexual cuando serlo era un delito moral; siempre y en todo caso contra el poder, la opresión, la masificación: Fue Pina una ventana abierta en mi mundo homosexual, cuando paseaba conmigo por el campo y me mesaba el pelo y me ponía una flor en la cabeza. Temblaban entonces los labios para acariciar los míos y yo sentía que cerraba los ojos para imaginarme a un joven siciliano del que estaba enamorado. Veía los pechos de Pina, su belleza, pero mi mente se alejaba, como el tren que parte lejano hacia la inmensidad. Pina, te quiero, de una forma que no es humana, que no acaricia el cuerpo, sino que entra de lleno en tu ser, en tu interior, en tu espiritualidad. Pina lo supo, descubrió que mi cuerpo no era para ella, aunque me deseara.
[...]
Leer esta novela de Pedro García Cueto ha sido para mí una ocasión, a través de su sensibilidad para acercarme a los hombres, al arte, a la vida.
Stefania di Leo, poeta y traductora.
MIS PRIMEROS RECUERDOS
Recuerdo que me contaban la Marcha a Roma por parte de Mussolini, sus camisas negras ocupando toda la plaza de Venecia. Fue en octubre de 1921, yo nací el 5 de marzo de 1922. Algo estaba ocurriendo en Italia, surgió el fascismo, con toda su fuerza. Me contaban las miradas de los hombres vestidos de negro, con su marcha militar, su arrogancia. No me hubiera gustado estar allí, pero con pocos años ya vi lo que significaba el fascismo.
Mi padre era militar, ostentaba el título de quinto conde de la Onda. Nació en Bolonia en 1892, un hombre que había vivido entre palacios. Al decidir ser militar, se marchó a Libia para luchar en el Cuerpo de Infantería. Las fotos que vi de él antes de nacer le daban un aire apuesto, de galán, con ojos oscuros, tendría veinte años. Siempre sentí que era un padre algo fanático, que necesitaba un movimiento como el fascismo para reafirmar su autoridad. Su nombre Carlo Alberto Pasolini. Yo me llamo Pier Paolo y hoy recuerdo aquel tiempo en que no estaba vivo, pero que parece asomarse a mi interior, como si lo recrease con la memoria. A veces uno siente que lo que no ha vivido está más presente que lo que ha experimentado, una sensación de pertenencia a un tiempo que nos hemos perdido, pero que podemos imaginar como deseemos. Quizá la vida real no nos da esa oportunidad.
Mi madre, Susanna, maestra de escuela, rocío en la mañana, cautivada por la ensoñación del campo y de los amaneceres, de la luz que iba desvelando la ventana de la escuela. Por los rayos de aquel paisaje se filtraba una primavera que aquella mujer dulce miraba con amor. Puede que mi padre forzara a mi madre, que ella quedara seducida por aquel conde y militar. No lo sé, pero tengo la sensación de que algo pasó, algo que se me escapa. Mi madre escribe a mi padre cartas llenas de pasión y de deseo, porque mi padre entendía el deseo como violencia, lo que siempre quedó marcado en mí. Sentí entonces que me hallaba ante un hombre que había abusado de mi madre y que ella posteriormente le rechazaba. Se casó embarazada de mí, y yo tengo la imagen de una cortina blanca, como si en ella recogiera el dolor de ser un niño no querido, nacido por la impetuosidad del hombre que violenta a la mujer.
Y un padre que no estaba, que se me hacía vivo en la imaginación, un hombre viril que buscaba en otra parte la cama y el deseo. Veo a mi madre mirarse al espejo, pintarse, morena y hermosa, se acaricia lentamente el pelo, preparada para salir a la calle. Me mira y sabe que espera mi aprobación, que le diga que está guapa. Y yo la besaba, le decía que quería pasear con ella, pero mi madre buscaba la aprobación de su belleza en otros hombres que encontraba en su camino. Despechada de un marido que había sido violento, cualquier hombre parecía más cándido que él y le gustaban los piropos, las frases de amor. Mi madre se quedó embarazada de nuevo y a mí me picaban los ojos, como una respuesta celosa a ese intruso que podría eclipsar mi amor materno. Mi padre me echaba el colirio, y yo lo miraba, sin reconocer al hombre que usaba la fuerza bruta cuando estaba con mi madre.
Y los vi haciendo el amor en la cocina, extraña sensación para un niño, donde el sexo ya se imponía como una realidad, donde el cuerpo y la mente se distanciaban para siempre. Yo buscaba entender el mundo a través de los cuerpos, me fijaba en las piernas de mi madre, en los brazos robustos de mi padre; todo símbolo corporal era para mí la razón de la existencia. Cuando dirigí Edipo rey, mucho tiempo después, quise plasmar el deseo de mis padres, cuando un niño los ve copulando. Cuerpo frente a cuerpo, deseo frente a deseo. Mi vida, una luz extraña que buscaba ya un encuentro, un cuerpo al que acariciar, eran tantos los instantes que había contemplado o imaginado que quería ser el protagonista de la historia y mi afán de observar me obsesionaba. Quizá llevaba un director de cine dentro, que escrutaba a los demás para contemplar su verdad, su intimidad y su sentido de la vida.
EL NIÑO Y EL CUERPO
Y empecé a ver los jóvenes de Belluno, como conté en mi libro de ensayos Empirismo eretico, eran las piernas de esos muchachos lo que me llamaba la atención. Y lo llamé teta veleta, era como un nombre en clave para mirar las rodillas de los jóvenes y el deseo que me inspiraban. Me sentí atraído por uno, un chico que tenía unas rodillas perfectas, idóneas para jugar al fútbol, pasión que se despertó en mi vida muy pronto.
Subí allí, y no recuerdo qué me dijeron, vivía con su hermano, dije que me había equivocado, yo que era ya un ser distinto, que miraba el cuerpo como un símbolo del interior, que escrutaba en los rostros el deseo escondido, el incipiente mundo de la aventura sexual.
Y mi madre, que me leía, me enseñaba, me acogía con su cuerpo bello. Aún recuerdo su abrigo de pieles, sentirme protegido por él, como el que se hunde en un beso largo y prolongado. Cuando percibo que me abraza me siento hundido en el útero materno, en el tiempo en que no existía, en el que era solo un proyecto no deseado por la violencia por la que se impuso. Quería a mi madre, me daba la ternura eterna, la que no tuve de mi padre, lejano y siempre lejos de casa.
Y descubrí que mi madre escribía; me entregó un soneto que me emocionó. Fue el germen de los versos que yo escribiría días después.
Pero me aficioné a la pintura primero, me gustaba dibujar. En Cremona, en Lombardía, donde habían destinado a mi padre, ya me entretenía con el dibujo. Fue maravilloso aquel tiempo, ver el Corso Campi, los jardines públicos, el teatro Ponchielli. Allí empecé a tomar lecciones de esgrima, me entusiasmé con la poesía de Homero y empecé a tocar el violín. Me obsesioné con pintar el escudo de Aquiles y las escenas de la guerra de Troya. Comprendía que Homero había dado en el tema esencial de la vida, el amor y la guerra. Los cuerpos ardientes que se aman o que se matan, tema que ya me obsesionaba. Y me di cuenta de mi gusto por la música, el teatro, la literatura y el deporte. Me gustaba el fútbol, ese combate entre dos equipos, esa masculinidad latente entre hombres que se enfrentaban para saber quién era más inteligente y lograba meter el gol. La vida era entonces un descubrimiento apasionado, todo era una especie de túnel donde uno se sumerge para ver fogonazos de luz, vislumbres que me cegaban. En un cuadro, en un poema, en un tema musical. Era entonces la vida no una copia, sino un espectáculo verdadero, que literalmente me emocionaba. Y me entusiasmaba rezar a la Virgen, al mismo tiempo que descubrí que el sexo solitario era también un placer. Darse cuenta de la provocación que sentía por esos jóvenes que admiraba, me llevaba a la masturbación, un nuevo descubrimiento.
Y conocí en el liceo Galvani a Luciano Serra, un gran amigo de juventud. Ahora, en Bolonia, nuevo destino de mi padre. Mi vida no se asentaba en un lugar, iba y venía, se entrecruzaban los paisajes, las calles, todo en continuo movimiento. Será en Bolonia donde empecé a jugar al fútbol, primero como centrocampista y luego como extremo. Pero mi vida era un juego de luces donde me alumbraba el cine de John Ford, las novelas de los ingleses decimonónicos, los novelistas rusos, etc. Me daba cuenta de la importancia del aprendizaje, porque veía la vida como una película, donde todos éramos actores. Y mi introducción a la poesía de Baudelaire, de Hölderlin y de tantos otros, estudiando ya en la Universidad de Bolonia.
Mis reuniones con Alfonso Gatto, gran poeta que vive en Bolonia y nuestros encuentros en el café San Pietro y en la Osteria Dalla Corinna.
—Que no, que el arte es una luz en un túnel, querido Pier Paolo; somos seres que debemos crear, lo que leemos ha de convertirse en arte, hacerlo nuestro, para escribir nuestros poemas —dice Alfonso
Pero todo está escrito ya, el arte desde Homero está marcado por su pasión en La Ilíada, la guerra, el amor, la violencia.
—No, hay mucho más que decir, tenemos que decir lo mismo de otra manera.
—En la pintura, querido Alfonso, veo el proceso de cambio, cómo el cuadro va revelando verdades a nuestros ojos, me encanta mirar el arte de Caravaggio, refleja la violencia del mundo.
—Lo sé, pero la armonía y la violencia son dos extremos que se juntan, el mundo está hecho de contrastes.
Y así, entre volutas de humo, revelábamos la verdad de lo que sentíamos, ávidos de cultura, enamorados de la poesía, la pintura, la música, pero yo sentía ya que el cine era un medio moderno, que conjugaba todo, que desvelaba todo y lo revelaba al mismo tiempo, era una combinación maravillosa de todo lo que amábamos.
EL PRIMER LIBRO DE POEMAS
Escribí mi primer libro de poemas que dediqué a mi padre, en plena guerra. Lo titulé Poesía en Casarsa, y se editó en el verano de 1942. Aliada Italia con Hitler, el país era ya un hervidero de noticias sobre la posible victoria, pero también del avance de los aliados, que podían dar un traste con todo lo conseguido.
¿Por qué a mi padre? Quizá porque quería que me aceptara, que supiera que su hijo, no tan valiente como él, no amante de la batalla, sino del arte, lo admiraba. Por ello la poesía era un nexo de unión, un lugar de encuentro, entre él y yo. Pero mi padre, al recibir los poemas y ver que estaban escritos en friulano, la lengua de mi madre, se siente herido, comprende que mi unión a ella es muy grande y que no es comparable con el sentimiento que me unía a él. Mi padre se da cuenta que era poeta por mi madre, por su influjo. Me gustaba ver el amanecer, pensar en el verso como un sueño que me abría al mundo, que me despertaba de la noche eterna en la que a veces me atenazaba la pesadilla nocturna.
Y el libro, con trescientos ejemplares y cuarenta y seis páginas, no pasó desapercibido. Por ello, el crítico Gianfranco Contini me envió una tarjeta postal donde me decía que reseñaría el libro.
Que un eminente filólogo valorara mi libro era para mí todo un éxito. Nuestra decisión de vivir, me unía a mis amigas, a mi querida Silvana Mauri, que fue ya amiga para toda la vida. Nos refugiábamos en la montaña, porque allí, cerca de la cumbre, el mundo parecía hermoso. Me gustaba contemplar la naturaleza, esa que perviviría, cuando no estuviéramos, esa que nos enamoraba de aquella extraña manera, los árboles, el cielo, todo era para mí un motivo para escribir. Me confesaba poeta, porque necesitaba expresar todo eso que llevaba dentro, lo que ardía en mi interior.
Y empecé a escribir Amado mío, esa novela que no vi publicada en vida, porque me asesinaron brutalmente los fascistas, en la encerrona de la que ya hablaré. Quizá yo flirteaba con el riesgo y con los años anduve con jóvenes peligrosos, ya envuelto en la atmósfera de la prostitución masculina. Pero todo ello ocurriría más tarde, yo contaba en Amado mío mi verano en Casarsa. Cogía la bicicleta por la tarde, en pleno verano y me iba por los pueblos de alrededor, contemplaba a los jóvenes efebos, que eran ya fruto de mi admiración. Me fijaba en las rodillas, obsesionado por las piernas de los hombres, por la musculatura de los brazos, como si fuese Miguel Ángel esculpiendo en la Antigua Roma. Deseaba tanto el abrazo, el roce de unos labios que me ardía el deseo... Vivía en mí el placer contenido, la pasión más libidinosa.
Nuestras vidas cotidianas se hallan comprometidas cada vez más con la movilidad incesante que nace de causas tanto tecnológicas como sociales, económicas o políticas.
Antonio Fernández. Nomadismos contemporáneos.
Cuando los padres de Hanzo consiguieron acceder, tras innumerables intentos fallidos, a la especie de fortaleza digital en la que había convertido su dormitorio, encontraron al joven agonizando.
La cortina de la ventana que su hijo se había hecho construir en la pared de la habitación que daba al pasillo, no permitía ver lo que ocurría en el interior de la estancia. Sobre la repisa, los alimentos depositados el día anterior seguían intactos. Ante la ausencia de respuesta a sus reiterados intentos de tener noticias, no les quedó más remedio que forzar la puerta.
Watanabe Hanzo yacía sobre su futón, pálido y extremadamente delgado. Su cuerpo ya había consumido prácticamente todos los recursos disponibles, en un último intento por aferrarse a una vida que se le escapaba inexorablemente debido a la falta de alimentos.
Su madre trató de hacerle vomitar, convencida de que habría ingerido alguna sustancia tóxica. Por fortuna, los servicios de emergencia aparecieron a tiempo para hacerse cargo del moribundo y practicarle las adecuadas maniobras de reanimación.
—¡Hijo mío! ¡Hanzo! ¿Qué te ha pasado? —preguntó la angustiada madre cuando el joven pareció reaccionar.
—Déjale tranquilo, mamá —pidió su marido—. Estos señores nos dirán cuándo podremos hablar con él.
—Todos los síntomas apuntan a una fase terminal por inanición —aclaró el que parecía el jefe de los sanitarios—. Le estamos administrando nutrientes por vía intravenosa. Su estómago no es capaz de procesar los alimentos en estas circunstancias.
—Pero... ¡si le dejábamos tres comidas al día en su ventana! —protestó la madre.
—Eso no significa que la comiera —repuso el facultativo señalando el cuarto de baño—. Lo más probable es que la tirase por el retrete. He visto muchos casos similares entre lo que llamamos nómadas digitales —añadió señalando con la mirada la impresionante instalación informática que ocupaba media habitación.
El equipamiento al que se refería el doctor era una especie de sala de control de la NASA en miniatura. Pantallas de plasma de 55 pulgadas cubrían las paredes. Gafas y cascos de realidad virtual y visores de realidad aumentada, además de una torre con tres superordenadores de sobremesa interconectados, conferían a la habitación una imagen de hiperespacio envolvente, en el que los humanos eran la excepción.
—Pero... ¿Qué es lo que tiene?
—Una fase avanzada de inanición —contestó el aludido apartando con delicadeza a la madre para dejar trabajar a los sanitarios que se esforzaban por detener el proceso—. Llevará unas seis semanas sin comer. Al no ingerir alimentos, el cuerpo empieza a quemar glucosa. Cuando este recurso se acaba, se utiliza la grasa corporal, hasta que se consume por completo. La fase severa comienza cuando toda la grasa se ha quemado y el cuerpo utiliza, como última solución, las reservas de proteínas del organismo. Esta fase conlleva un vertiginoso agotamiento muscular, ya que las células comienzan a descomponer sus propias proteínas en aminoácidos, para poder alimentar al cerebro. ¿Me siguen?
—Sí, doctor —respondieron los padres casi a la vez.
—Las proteínas son imprescindibles para el correcto funcionamiento celular, por lo que el organismo se deteriora muy rápidamente, en una especie de canibalismo interno llamado catabolismo. El propio cuerpo se come a sí mismo desesperado por obtener el combustible necesario para seguir funcionando. No obstante, se mantiene una pauta de supervivencia para producir el menor daño posible al organismo, por lo que se sacrifican las células menos vitales con la expectativa puesta en la llegada de nutrientes. Es justo lo que hacemos en este momento.
—¿Estamos a tiempo, doctor? —preguntó la angustiada madre.
—Lo sabremos dentro de unas horas. Le vamos a trasladar a una unidad de cuidados intensivos. Los próximos 120 minutos son cruciales. Después de semanas sin comida, una vez que el cuerpo ha quemado todo lo disponible, como glucosa, ácidos grasos y proteínas, masa muscular, etc., ya no le quedan reservas y hay que esperar lo peor.
Los angustiados padres no alcanzaban a comprender lo ocurrido. Su hijo pasaba largos periodos de tiempo enfrascado en “sus cosas”, como solía responder cuando se interesaban por sus actividades, pero nunca habían sospechado que mantuviera esa especie de huelga de hambre que el responsable del equipo de emergencias les estaba describiendo.
Los acontecimientos se sucedían ante sus atónitos ojos a mayor velocidad de la que sus cerebros podían asimilar. Dejaban la comida y la bebida en la repisa del ventanal, tal como su hijo les había indicado, y golpeaban el cristal con los nudillos a modo de aviso.
Los platos y vasos aparecían vacíos a la mañana siguiente. Los restos de la fruta, como las cáscaras de plátano, naranja o huesos de melocotón los devolvía envueltos en la misma servilleta de papel que adjuntaban en cada menú.
Unos discretos golpes en la puerta de acceso a la vivienda fue la señal para que una camilla con ruedas, provista de una percha de la que colgaban bolsas de suero, apareciese milagrosamente junto a la cama del inerte Hanzo. Unos instantes después, el agonizante explorador de los mundos digitales paralelos se encontraba instalado y amarrado sobre la batea.
Un experimentado enfermero había conectado el suero a las venas de sus brazos y regulaba el flujo de entrada del líquido vital a su organismo a través de las correspondientes válvulas.
El ascensor del edificio no era el montacamillas de un hospital, pero sí contaba con el espacio suficiente para acoger al demacrado Hanzo y a su enfermero. Minutos después, la UVI Móvil que aguardaba frente al portal de la finca se ponía en marcha con dirección al centro hospitalario más cercano, al que ya habían advertido de la llegada del nuevo paciente.
Los Watanabe1, Haruto y Honoka, vieron alejarse a la ambulancia sin atreverse a admitir que, tal vez, no volverían a ver a su hijo con vida.
Hanzo se consideraba a sí mismo un creador de contenidos digitales. Como usuario activo de la mayoría de las denominadas Redes Sociales, utilizaba el pseudónimo “HaloQ”.
Tenía un espacio en Twitch, con su propio canal, en el que emitía sus consejos y opiniones dos horas a la semana y otro en Mirrativ, una nueva plataforma de streaming2 desarrollada por la compañía japonesa DeNA. Por supuesto, también interactuaba en las plataformas consideradas de uso masivo, como las de Meta (Facebook e Instagram), así como en Tumblr, Line, Qzone, Sina Weibo, Mixi, Ameba, GREE, Twitter, TikTok, Baidu Tieba, LinkedIn, Reddit y Pinterest, entre otras.
A pesar de todo, no se percibía como un “Hikikomori”, término empleado para designar a los adolescentes y jóvenes japoneses, que había sido acuñado por el psiquiatra Tamaki Saito y que significa estar recluido.
Para el doctor Saito se trataba de una forma voluntaria de aislamiento social o auto reclusión, debido a factores tanto personales como sociales. Esta actividad se asocia con jóvenes adolescentes con un alto grado de sensibilidad, tímidos, introvertidos, con pocas relaciones de amistad y que comparten una percepción del mundo exterior como algo violento que les agrede constantemente. A todos estos precedentes pueden sumarse las malas relaciones en el seno de la familia.
La vida de las personas afectadas por este peculiar comportamiento se desarrolla en el interior de una habitación de la que no salen, inmersos en un mundo virtual, rodeados de tecnología e internet, aunque recientes estudios han puesto de manifiesto que únicamente el 10% de los que sufren esta patología utilizan internet para relacionarse con otras personas.
Tamaki Saito se refirió a este trastorno por primera vez en 1998 en su libro Sakateki hikikomori, una adolescencia sin fin. En aquel primer momento definió este comportamiento como el de “aquellos que se retiran completamente de la sociedad y permanecen en sus propias casas durante un periodo mayor a 6 meses, con un inicio en la última mitad de los 20 años y para quienes esta condición no se explica mejor por otro trastorno psiquiátrico”. Es decir, no hay otra explicación psicológica o psiquiátrica que justifique este tipo de comportamiento.
Por lo general, se relaciona este fenómeno social con Japón, pero se está extendiendo a otras partes del mundo. Cada vez hay más casos de hikikomori en China, India, Italia, Francia, Reino Unido, Estados Unidos... y también en España, aunque aquí se le conoce más como “síndrome de la puerta cerrada”.
* * *
El Kioto Shinmanchi Hospital tenía un gran prestigio como centro sanitario. Se encontraba en el distrito de Nakagyo, muy cerca del domicilio del paciente.
Watanabe Hanzo ingresó en una unidad especializada, diseñada con todo tipo de protocolos específicos para tratar esta clase de situaciones, que eran cada vez más frecuentes entre los jóvenes y adolescentes japoneses.
Al mismo tiempo que los especialistas extraían diferentes muestras biológicas de Watabane Hanzo-san3, para su inmediato análisis, su padre, Watanabe Haruto, trataba de poner en marcha el sofisticado equipo informático que utilizaba su hijo.
Hasta muy entrada la noche no fue capaz de conectar el impresionante despliegue tecnológico que Hanzo había instalado en su fortaleza digital.
Sus dos titulaciones superiores, en ingeniería y en física, eran un mero adorno ante el enjambre de servidores, monitores, almacenamiento de datos y todo tipo de equipos, dispositivos, elementos auxiliares y protocolos para conectarse al mundo cibernético que tenía delante de él.
Esbozó una ligera sonrisa de triunfo cuando comprobó que el sistema le permitía acceder a lo que le pareció algo similar a una pantalla de inicio, equivalente a las de los discretos ordenadores personales que utilizaba a diario en los puestos de trabajo de la empresa en la que estaba empleado desde hacía 32 años.
Unos discretos golpes en la puerta de la habitación le devolvieron a la realidad.
—Esposo, la cena está servida. No tardes.
—Ya voy, ya voy. Me ha costado un gran esfuerzo poner esto en marcha, pero ha valido la pena. ¿Hay noticias del hospital?
—Todavía no. Es probable que sigan con los análisis de Hanzo-Kun4. No tardaremos en saber algo.
—Así lo espero.
La cena transcurrió en silencio. Por primera vez en mucho tiempo no hubo una bandeja esperando para trasladarse a la repisa de la ventana con la que su único hijo se asomaba al mundo real.
Ambos progenitores conocían la angustia del otro, pero no hicieron ningún comentario al respecto. En la civilizada cultura japonesa no es educado decir palabras o frases que puedan aumentar la angustia de quienes resulta evidente que están pasando por momentos delicados.
El señor Watanabe elogió los alimentos, así como la preparación y el sabor de los ingredientes utilizados. Estaban recogiendo los últimos enseres que quedaban sobre la mesa cuando sonó el móvil del padre.
Esperaban una llamada de los doctores, pero los nervios y la zozobra del momento hizo que la respuesta no se produjera hasta el quinto tono.
—Hai. Omatase itashimashita. (Sí. Disculpe por la espera).
—Hospital Shinmanchi. Soy el doctor Shigeaki Hinohara. Le llamo para informarle de que los análisis de su hijo, Watanabe Hanzo, han determinado que se podrá recuperar. No obstante, hasta dentro de tres semanas no estaremos en disposición de conocer la calidad que se podrá restituir en su cerebro, ya que se encuentra muy deteriorado a causa de su patología.
No era la mejor noticia del mundo, pero sí muy esperanzadora. Sintió la muda pregunta en los ojos de su esposa, antes de agradecer la llamada.
—Arigato gosaimasu —dijo enfatizando sus palabras con una reverencia—. Onegai, tsuma ni mo oshiete itadakemasen ka? (Muchas gracias. Por favor. ¿Se lo puede decir también a mi esposa?).
—Por supuesto. Páseme con ella.
El doctor repitió las mismas palabras a la señora Watanabe, ya que era consciente de que la emoción del padre, al conocer la delicada situación de su hijo, no le iba a permitir expresarse con la precisión que el exigente contexto requería.
La conversación se dio por acabada con la expresión de las fórmulas de agradecimiento conocidas por los Watanabe.
Con diferentes muestras de apoyo mutuo terminaron de recoger la cocina y se retiraron a su dormitorio, completamente agotados.
Los dos fingieron dormir para que el otro no fuera consciente de que la angustia por la recuperación de su único hijo no se lo permitía.
¿Hasta dónde llegarán estas nuevas tecnologías? ¿Serán capaces de pensar o tener sentimientos? ¿Sustituirán a los seres humanos?
Dilemas éticos.
A diez mil ochocientos kilómetros de distancia, el joven Alonso Quijorna intentaba establecer comunicación con su amigo japonés, que llevaba más de dos semanas sin dar señales de vida.
En la ciudad de Kioto, capital de la prefectura del mismo nombre, el reloj marca siete horas más que en Tomelloso, pero Hanzo solía contactar con él a las 9 de la noche, hora española, cuando en su país eran las cuatro de la mañana.
—Algo no va bien —pensó—. No es normal que haya abandonado la misión. Sabe que necesitamos de todo su potencial.
Inesperadamente se restableció la comunicación, aunque la imagen que apareció en pantalla no era la de su amigo, ni la de su avatar, HaloQ.
—Konnichiwa. Watanabe-ka. No Watanabe Haruto desu. (Hola. Casa de los Watanabe. Soy Watanabe Haruto).
—Disculpe —respondió en un titubeante inglés—, no hablo japonés. ¿Podría hablar con Hanzo?
—¿Watanabe Hanzo? Es mi hijo —contestó su interlocutor—. ¿Es usted amigo suyo?
—Soy Alonso Quijorna, un amigo español de Hanzo Watanabe. ¿Puedo hablar con él?
—Me temo que no será posible, por ahora —añadió el padre con un tinte de tristeza en el rostro.
—¿Hanzo está bien?
—No. No lo está. Se encuentra hospitalizado en una unidad especial, luchando por su vida.
La inesperada noticia hizo que Alonso se quedara sin palabras. Tras unos instantes de incertidumbre acertó a preguntar.
—¿Qué le ha sucedido?
—No lo sabemos. Su madre y yo tuvimos que derribar la puerta de su habitación para poder entrar, ya que no respondía a nuestras llamadas. Al parecer llevaba casi dos meses sin comer.
—¿Casi dos meses?
—Es la opinión de los expertos, a juzgar por su estado.
—...
—¿Entiende la situación, joven?
—Sí. Disculpe, señor Watanabe. Es que creo saber lo que ha ocurrido con Hanzo.
—¿Está seguro?
—Casi al 95%. Su hijo es HaloQ-sama5, uno de los principales líderes mundiales de los otakus6.
La perplejidad se trasladó desde un lugar de La Mancha, hasta un barrio residencial de la capital de la prefectura de Kioto.
Watanabe Haruto era un hombre moderno, conocedor de la realidad sociocultural del momento. Su hijo trabajaba como autónomo para diferentes compañías de diseño gráfico, por lo que se le consideraba un nómada digital, alguien que cambia de lugar en busca de mejores oportunidades... pero desde su propio equipo informático.
Estos profesionales utilizan avanzadas tecnologías de comunicación, sobre todo Internet y aplicaciones de software, de las cuales dependen para cumplir sus objetivos laborales. Sus herramientas de trabajo indispensables son los superordenadores, aunque también utilizan profusamente equipos fotográficos y de vídeo.
—¿Me está diciendo que mi hijo se dedica a la práctica de ese tipo de juegos de adolescentes? —se atrevió a preguntar.
—No, señor Watanabe. En realidad, su hijo es el creador de la mayoría de los juegos de rol y avatar que se utilizan en el mundo. Yo soy uno de los muchos “testers”7 que trabajan para él. Pruebo sus juegos antes de que se lancen al mercado para detectar posibles fallos.
El padre de Hanzo tardó en asimilar la noticia. Su brillante hijo, al que la ingente cantidad de trabajo por hacer no le permitía salir de su habitación ni para abrazar a su madre... era una relevante figura de la Realidad Virtual, ese mundo paralelo en el que se refugian todo tipo de inadaptados sociales.
De hecho, era conocedor de que la R. V. había logrado tener un gran impacto psicológico, sobre todo gracias a su capacidad para engañar al cerebro para que experimente sensaciones que no son reales, pero que lo parecen, generando situaciones ficticias con el objetivo de analizar, tratar e influir en los comportamientos sociales.
En este sentido, la R.V. permite incluso alcanzar un grado de exposición superior al que sería posible en vivo, dado que la manipulación de un entorno virtual facilita enfatizar aquellas situaciones a investigar, por lo que la sensación de realismo es un aspecto clave.
—Disculpe mi atrevimiento, señor Quijorna. ¿Tiene usted alguna idea de lo que le ha ocurrido a mi hijo? —aventuró sin demasiada convicción.
—Creo que sí. De hecho, puede estar relacionado con el último juego que estoy probando. Lo habilitó para mí en exclusiva, por razones obvias, cuando lo subió a su nube.
—¿Qué razones son esas?
—Me llamo Alonso Quijorna, muy similar a Alonso Quijano. Vivo en Tomelloso, en mitad de La Mancha. El juego se titula Don Quijote 4.0.
—¿Don Quijote 4.0? —repitió el señor Watanabe con incredulidad.
—Sí —confirmó Alonso—. Le supongo al corriente de la obra de la literatura española más conocida a nivel mundial.
—Por supuesto. Es sólo que no lo esperaba. En Japón hay una gran tradición y respeto con todo lo que se relaciona con su imagen y su leyenda. Principalmente entre quienes respetan el código de conducta Bushido.
—Hanzo me lo dijo. También me contó que hay una cadena de tiendas, con más de 200 establecimientos, que se llama Don Quijote.
—Ah, cierto. Son una locura. Tienen de todo, pero sin ningún orden concreto. Parecen diseñadas por el propio Don Quijote... Pero ¿dice usted que cree conocer las causas de su estado actual? —añadió volviendo al punto que le interesaba.
—Sin la menor duda. Pero no se lo puedo mostrar por videoconferencia. ¿Está usted familiarizado con el funcionamiento del equipo de Hanzo?
—A duras penas he conseguido acceder a la pantalla de inicio. Si no hubiese respondido a su llamada yo no me habría podido poner en contacto con usted.
—Pues tenemos dos opciones: ¿Viene usted a Tomelloso o voy yo a Kioto? La primera me parece más viable. Me temo que yo tampoco podría sacar todo el potencial a la instalación de su hijo, pero la mía la conozco perfectamente.
—¿Me permitiría comentarlo con mi esposa y mi empresa? Le responderé dentro de un día.
—De acuerdo. Le llamaré mañana sobre esta misma hora.
—Muchísimas gracias. Hasta mañana a esta hora.
Alonso conocía el arraigo que tienen las costumbres en Japón. A 34 kilómetros de Tomelloso, los molinos de viento de Campo de Criptana, el escenario de la mítica batalla contra lo que Don Quijote consideraba gigantes, recibía la visita de más de 26.000 turistas al año procedentes del país del sol naciente. La inmensa mayoría se desplazaba también a las cercanas Lagunas de Ruidera, escenario de otro de sus episodios.
Como amante de su cultura y tradiciones, el pueblo japonés tiene un gran apego al código Bushido, en el que encuentran muchas similitudes con las reglas de conducta del ingenioso hidalgo manchego.
Más que una recopilación de normas para el buen comportamiento, el bushido se considera una completa filosofía de vida que se ejerce con espiritualidad, disciplina y compromiso en todas y cada una de las circunstancias de la vida cotidiana.
Su esposa le dio su consentimiento sin reservas. En Kioto, la ciudad que había sido capital del Imperio desde el año 794 hasta 1868, no podría ayudar a su amado hijo. Si en los confines de Europa había una esperanza, por remota que fuera, su obligación como padre era investigarla.
Watabane Haruto había comunicado a la empresa las circunstancias de la grave crisis del estado de salud de su hijo. Por eso causó extrañeza que se presentara a la mañana siguiente y solicitara una reunión urgente con el responsable de su departamento y el de Recursos Humanos.
La empresa le permitió utilizar los veinte días de vacaciones que concede la Ley Laboral de Japón a las personas que llevan trabajando más de seis años y medio ininterrumpidos en la misma compañía. Incluso le sugirieron que podrían adelantarle otros veinte días a cargo del año siguiente, si fuera necesario.
Esa misma tarde, en la cercana sucursal de Kioto de una acreditada agencia de viajes, consiguió los pasajes necesarios para volar al día siguiente desde Tokio a Madrid, con escala en Múnich.
Le informaron que desde Madrid podría desplazarse en tren hasta Alcázar de San Juan, la estación más cercana a la localidad de Tomelloso. También le hicieron una prerreserva, con cancelación gratuita hasta 48 horas antes de su llegada, en La Lujosa casa en la cuna del Quijote, una instalación hotelera situada a 3,3 kilómetros del centro de la población.
La llamada de Alonso fue puntual. Al joven manchego no le sorprendió que la madre de su amigo también estuviera presente cuando se inició la conexión.
—Casa de los Watanabe. Como puede ver, señor Quijorna, me acompaña mi esposa, Watanabe Honoka.
—Mucho gusto en conocerla, señora Watanabe.
—Gracias —contestó la madre de Hanzo—. Mi esposo me ha puesto en antecedentes de su conversación. Mi deseo es colaborar en todo lo que pueda ayudar a la completa recuperación de mi hijo.
—Tanto mi esposa como la empresa me permiten desplazarme hasta España para este propósito —añadió el señor Watanabe—. Dentro de unas horas estaré volando a Madrid por la All Nippon Airways, vía Múnich. Llegaré mañana en un avión de Lufthansa, a las 11.15, hora local.
—Perfecto. Iré a buscarle al aeropuerto Adolfo Suárez. Si todo sale bien, sobre las 13:30 estaremos en mi casa.
—Tengo una reserva en La Lujosa casa en la cuna del Quijote.
—Anúlela. Está demasiado lejos. Se alojará en mi domicilio.
—No quisiera ser una molestia.
—De ninguna manera. Yo vivo solo, de modo que no molestaremos a nadie. El juego de su hijo es polifónico y no podremos perder ni un minuto, si queremos dar con las claves de su situación actual.
—Entiendo. Se lo agradezco de todo corazón.
—Disculpe, señor Quijorna —solicitó la señora Watanabe—. ¿Qué quiere decir con que el juego que ha diseñado Hanzo es polifónico?
—Que es como la historia de Cervantes —respondió Alonso—. Don Quijote de la Mancha es la primera novela polifónica de la literatura, ya que el autor interpretó la realidad desde varios puntos de vista y no únicamente desde uno solo. Si de esta manera se consigue que la misma realidad sea compleja, imaginen lo difícil que puede llegar a ser en la realidad virtual... y en la realidad aumentada.
—Entiendo —afirmó la aludida—. Es evidente que cada minuto cuenta.
—Así es. Mañana le veré en el aeropuerto, señor Watanabe. Llevaré una cartulina con la palabra HaloQ. Para ahorrar tiempo voy a cargar la versión original y las mejoras que yo había propuesto para que el sistema vaya cotejando las ramificaciones que se puedan derivar de las diferencias.
—Todo eso lo dejo en sus manos, señor Quijorna. Nos veremos mañana.
—Hasta mañana. Un saludo, señora Watanabe.
—Que todo salga bien. Cuídense mucho los dos.
Alonso cortó la comunicación y procedió a sumergirse en el universo paralelo de los juegos de rol que transcurren dentro de lo que Tom Caudell bautizó como realidad aumentada, al principio de la década de los 90 del pasado siglo.
En lo que era el cuartel general y laboratorio de HaloQ, sus desconsolados padres permanecieron juntos mucho tiempo después de que se apagara la pantalla.
—¿Qué tipo de juegos hace nuestro hijo? —comentó la señora Watanabe en voz alta.
—Son sofisticadas aventuras que se desarrollan en escenarios superpuestos con nuestro entorno real —contestó su marido de forma mecánica—. La tecnología actual permite solapar imágenes generadas por ordenador sobre la realidad física visible, de modo que parece que formas parte de un entorno imaginario en el que interactúas directamente con todo lo que te rodea.
—Yo no pasé de Zelda8. Ya sabes, lo de Link, Hyrule, Ganondorf...
—Los movimientos de esos personajes se controlaban con un mando. En la realidad virtual y en la realidad aumentada, tú eres el personaje. Tus decisiones y tus movimientos no están previstos ni programados, pero tu personaje asume las consecuencias de todo lo que hagas...
—Creo que lo entiendo. Es posible que nuestro hijo esté sufriendo las consecuencias de su propio juego...
Haruto Watanabe sabía que “realidad aumentada (RA)” es el término que se usa para describir al conjunto de tecnologías que permiten que un usuario visualice parte del mundo real, a través de un terminal tecnológico, con información gráfica añadida por el propio conector. El dispositivo, o conjunto de dispositivos, añaden información virtual a la información física preexistente, haciendo que lo artificial aparezca como real, hasta el punto de que se pueda tocar, alterar y moldear el conjunto como en el mundo perceptible.
La consecuencia de este proceso es la combinación de elementos físicos tangibles con elementos virtuales, creando así una nueva realidad que se ve aumentada y corregida de forma instantánea.
A la señora Watanabe le quedó claro que la RA combina elementos físicos y virtuales, en la que se interactúa en tiempo real en un entorno en tres dimensiones que te rodea completamente.
Esa tarde, Watanabe Haruto tomó el tren bala para recorrer, en 2 horas y cuarenta minutos, los 450 kilómetros que separan Kioto de Tokio. El vuelo de ANA (All Nippon Airways) despegó hacia el oeste a las 22:00.
En ese momento, los relojes en España marcaban las tres de la tarde. Después de comer, Alonso comprobó el avance del proceso de verificación y búsqueda de alternativas que había lanzado. Según la estimación del programa ejecutor, comprobó que faltaban aproximadamente 16 horas para que sus simuladores analizaran todas las posibles variantes.
Ante la alta probabilidad de llegar tarde a su cita en el aeropuerto de Madrid, decidió llamar a su amigo Jaime Martínez para pedirle asilo por una noche.
—Por supuesto —le confirmó—. Pero tendrás que dormir en el sofá del salón. La otra habitación la utiliza nuestra hija pequeña.
—Ningún problema. Cuando vengáis por Tomelloso os asignaré dos habitaciones, para que veas que no soy resentido.
—Eso está hecho. ¿Qué te trae por Madrid?
—No lo puedo confirmar todavía... pero creo que se ha podido producir una injerencia del mundo virtual con el mundo real. Y el resultado puede ser muy grave.
—¿Estás seguro?
—Casi al 95%. Tengo a mis simuladores buscando posibles puertas de interferencia... Mañana sabré si se confirman mis sospechas.
—Bien. Aquí tienes tu casa. Ven cuando quieras.
—Salgo ahora para allá. Nos veremos pronto.
—Hasta ahora.
El viaje a Madrid resultó cómodo. No era un día festivo, por lo que los accesos a la capital no estaban demasiado saturados. Alonso no se molestó en dar vueltas en busca de una inexistente plaza de aparcamiento, de modo que se dirigió directamente al parquin de pago más cercano a la casa de su amigo Jaime.
Acompañaba su visita con dos botellas de vino tinto, con la etiqueta oficial de la Denominación de Origen La Mancha y una caja de 900 gramos de mantecados Hojaldritos.
Jaime y Alonso se habían conocido trabajando para una importante empresa de desarrollo de software, experta en sistemas antifraude y antivirus. El manchego se especializó en la tecnología web 3.09 y se independizó como Betatester autónomo (verificador de la calidad de productos en fase experimental). Su último encargo le llegó de HaloQ.
No tardó en darse cuenta de que este desarrollador de software estaba más allá del umbral de la era 4.0, la futura tecnología que utilizará sistemas inteligentes para predecir contextos habituales en base a la información procedente de la comunicación M2M o máquina a máquina; se basará en los sistemas Speech to text, por lo que podrá transferir de forma biunívoca voz y texto; tendrá en cuenta todo tipo de datos del entorno, tales como temperatura, ritmo cardiaco, condiciones ambientales, posición y ubicación exactas, etc., etc., lo que creará nuevas estructuras y modelos para interactuar con el usuario de forma especializada y personalizada. Y eso ya lo hacía con creces el videojuego de HaloQ.
Alonso detectó todas estas características en el nuevo proyecto. Y también lo que entendió como un riesgo improbable de que los nuevos desarrollos tecnológicos tuvieran la capacidad de deducir y analizar por su propia cuenta, sin necesidad de que existiera un algoritmo previo en su código fuente.
Aunque muchas de sus sugerencias no se tenían en cuenta, dedicaba de 14 a 16 horas al día a buscar errores, gazapos y situaciones comprometidas para el normal desarrollo de los complejos y enmarañados juegos que le confiaban.
A pesar de la bifurcación de sus caminos profesionales, Alonso llamaba a Jaime cada vez que tenía que ir a Madrid por cualquier circunstancia. Cuando Jaime y Ana se casaron, él fue quien entregó los anillos en el juzgado.
Pasaron la tarde hablando de todos estos temas. Alonso no quiso desvelar las verdaderas razones del viaje de la persona que iba a recoger al día siguiente, pero admitió que se trataba de una posible paradoja que tenía que ser verificada por un socio de su empleador en sus instalaciones locales.
La pequeña Anita tenía tres años, por lo que no procedía posponer su hora de descanso.
El sofá le resultó realmente cómodo.
No fue tanto la cantidad de libros que leía; fue, más bien, su interés por encontrar sentido a aquello que leía.
T. Angosto, doctor en psiquiatría.
La sala de llegada correspondiente al vuelo de Haruto Watanabe, en la Terminal 4 del aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas, estaba muy concurrida. Familiares, amigos y personal de acogida de agencias de viaje y empresas de todo tipo, se daban cita ante las puertas que se habrían de vez en cuando para dejar salir a pequeños grupos de pasajeros procedentes de los cuatro puntos cardinales.
Alonso colocó sobre su pecho la cartulina rotulada con el anagrama que utilizaba Hanzo Watanabe y se mantuvo a prudente distancia, asegurándose de ser visto, sobre todo por los varones con rasgos japoneses.
El vuelo que traía al padre de su jefe había aterrizado a la hora prevista. Se dio media hora de tiempo para el desembarco, recogida de equipajes y control de pasaportes, pero no tuvo en cuenta que la misma sala estaba siendo utilizada por diferentes vuelos, alguno de los cuales transportaba a cerca de trescientos pasajeros.
Cincuenta minutos después, un hombre de unos 45 años se plantó ante él con una visible inclinación de cabeza.
—¿Sr. Quijorna? Soy Watanabe Haruto —dijo en correcto inglés—. O mejor, Haruto Watanabe, para usar sus propias costumbres.
—Mucho gusto. Soy Alonso Quijorna, en efecto. ¿Cómo sigue su hijo? ¿Ha tenido un buen vuelo?
—Mi esposa me pasó las últimas noticias durante mi escala en Múnich. Su estado es estacionario. El vuelo, muy agradable. Gracias.
—Si desea tomar algo, en la terminal hay de todo.
—Desayuné durante la escala. Gracias de nuevo. Pero si usted desea tomar algo, le acompañaré con mucho gusto.
—Yo también desayuné. Lo mejor será que nos pongamos en marcha.
Alonso guio al recién llegado hasta el automóvil que tenía estacionado en el parquin. Quince minutos después se encontraban en la M40, en dirección Sur.
Cuando se desviaron en Madridejos, la llanura manchega le pareció interminable. Alonso explicaba las peculiaridades del viaje a su huésped, al que el nombre de la nueva autovía le había llamado la atención.
—¿Qué significa Autovía de los Viñedos?
—Estamos en las tierras en las que se produce el Vino de la Mancha. De ahí el nombre.
—Sí. Ya veo que hay muchos viñedos.
—En Tomelloso hay más. El 50% de la superficie de viñedos de toda España está allí, con medio millón de hectáreas dedicadas al cultivo de la vid. El Consejo Regulador de la Denominación de Origen Protegida La Mancha lo certifica. Por este motivo, a la región se la conoce oficiosamente como ‘el mayor viñedo del mundo’.
—Es realmente impresionante.
Poco después, el coche se detenía en el interior del garaje de la casa de Alonso, situada en la Avenida de Juan Carlos I. El anfitrión condujo a su invitado a sus dependencias, situadas en la planta superior, para que se instalase con comodidad.
—Supongo que tendrá hambre. Voy a preparar la comida. Baje cuando haya colocado sus cosas.
—De acuerdo. No tardaré.
—¿A qué hora se come en Japón?
—En mi país se almuerza entre el mediodía y las dos de la tarde. Los restaurantes suelen cerrar sus cocinas después de esa hora. La cena se suele servir entre las siete y las ocho y media de la tarde.
—Ningún inconveniente. Le espero abajo.
—Gracias otra vez —añadió Haruto con una nueva inclinación de cabeza.
—Me pongo con la comida. Un cordero va a tener la culpa.
El invitado no entendió el significado de la frase que acababa de oír, pero se abstuvo de preguntar por considerarlo descortés.
«Un cordero va a tener la culpa», quiere decir que será ejecutado, puesto que es culpable. La tradición tomellosera consiste en sacrificar un cordero y guardar las chuletillas, las asaduras y la cabeza. El resto se trocea para hacer la caldereta.
Alonso utilizaba una pierna deshuesada de cordero manchego para su caldereta personal. La cocía a fuego lento durante horas con una mezcla de vino, aceite, tomate, ajos, laurel y pimienta. La raza manchega suele tener menos carne, pero también es más sabrosa.
Había dejado el horno el día anterior a falta de media hora para completar el proceso. No estaba seguro de que le fuera a salir del todo bien, pero contaba con que su invitado no pudiera detectar la diferencia.
Encendió el horno y se dispuso a terminar de preparar el cordero. El resultado le sorprendió, pero aún más al padre de Hanzo. De postre había dispuesto floretas del Campo de Calatrava.
Durante la comida intentó conocer algo más de la situación de su mítico jefe, pero el señor Watanabe sabía menos acerca de las labores de su hijo que el propio Alonso.
—Me temo que no le puedo ayudar. Sabe usted mucho más de las actividades de mi hijo que yo mismo.
—¿Por qué cree que desarrollaría un juego sobre Don Quijote?
—Creo saber por qué. Don Quijote es un personaje muy apreciado y querido en mi país. Representa las siete virtudes sagradas del código de conducta del Bushido10.
—Sí. Conozco un poco la ética que rige el camino del guerrero. Hanzo me lo explicó.
—Su Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha reúne y practica los valores de Justicia, Coraje, Compasión, Respeto, Honestidad, Honor y Lealtad. Estas siete virtudes son inherentes a nuestros antiguos samuráis.
—Cierto, pero Don Quijote estaba un poco loco, según Cervantes. Se creía un paladín de la justicia al estilo de los caballeros andantes por haber leído tantos libros sobre ellos.
—Es una respetable opinión. Pero existen otras teorías para justificar esa supuesta locura —aseveró remarcando las dos últimas palabras.
—Lo sé. El personaje ha sido investigado por sociólogos, psicólogos, psiquiatras y todos los profesionales del estudio de la conducta humana y las ciencias sociales.
—Quizá lo que minó su debilitado cerebro pudo ser, simplemente, su imperiosa necesidad de conocer los motivos que impulsaban a sus héroes a comportarse de un modo tan especial. Necesidad consciente de saber y no locura inconsciente.
El comentario de su invitado dejó a Alonso reflexionando sobre lo que el fantástico videojuego que estaba probando podría pretender.
—Lo que acaba de decir me sugiere que ya es hora de que investiguemos las probables causas que han conducido a su hijo a la situación actual.
—Muy bien. Pero ahora es casi media noche en Kioto. ¿Me permitirá hablar unos momentos con mi esposa?
—¡Por supuesto, señor Watanabe! Le estaré esperando en mi despacho —añadió señalando en dirección a la estancia.
—Muchas gracias —contestó mientras pulsaba un carácter concreto en la pantalla de su móvil.
Alonso conectó todos los aditamentos necesarios para visionar Don Quijote 4.0, lo que incluía gafas de realidad aumentada, monitores, auriculares y diferentes cámaras de video para interactuar con el sistema.
Haruto Watanabe golpeó con sutileza la puerta entreabierta para hacerse anunciar.
—Hanzo sigue igual —confirmó ante la mirada de su anfitrión.
Pocos minutos más tarde, los títulos de crédito mostraban a cada uno de ellos la maravillosa aventura que estaban a punto de comenzar. La adaptación del sistema al usuario permitía que cada uno pudiera oír y leer, en su propio idioma, lo que acontecía ante sus visores.
Alonso ya conocía el desarrollo de la trama, pero el padre del creador se sorprendió al comprobar que la introducción a la historia mostraba el nacimiento de un varón, en el seno de una familia acomodada, en los tiempos del último shogunato, más conocido como Shogunato Tokugawa11.
Casi el mismo año en el que Cervantes terminaba la primera parte de su colosal novela, en Kioto nacía un varón llamado a ser un hatamoto12.
Cuando el guerrero alcanza la edad de 23 años, el juego cambia por completo. En ese momento aparece un apuesto joven del siglo XXI, intemporal y poderoso, llamado a conseguir que el bien y la justicia imperen en el mundo. Una detallada lista enumeraba las armas, recursos y habilidades con las que cuenta el jugador.
Para poder continuar, era necesario responder afirmativamente a la pregunta. ¿Te atreves a ser el último hatamoto?
CAPÍTULO I
El verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo invisible.
Oscar Wilde
Subió por la calle del Prado, desde el aparcamiento de Las Cortes, dejando a su derecha la fachada neoclásica de El Congreso de los Diputados. Hipómenes y Atalanta, el león y la leona que defienden el acceso a la sede de la soberanía del pueblo español, le siguieron con sus miradas opuestas, ya que fueron condenados a no poder verse por toda la eternidad.
Marcos Unanua sonrió al recordar que un canal de televisión inició en 2012 una campaña para dotar a Atalanta de los atributos sexuales que, según ellos, el autor había olvidado representar. El Ministerio de Cultura rechazó la propuesta, cuyos gastos pretendía asumir el propio canal, porque “no resultaba aconsejable añadir elementos externos a una figura con más de siglo y medio de existencia”.
Pero lo cierto era que el escultor, Ponciano Ponzano y Gascón, no había cometido fallo alguno. Los dos felinos representan a dos jóvenes de la mitología griega, un hombre y una mujer, que fueron convertidos en leones por profanar el templo de Cibeles. Precisamente, al tratarse de una joven convertida en león, carece de atributos masculinos.
Hipómenes y Atalanta tiran desde entonces del carro de Cibeles mirando siempre en direcciones opuestas, una mortificación añadida para condenar su osadía.
El pueblo de Madrid, más práctico para sus cosas, les dio el nombre de los dos heroicos capitanes del cuartel de artillería de Monteleón, que se unieron al alzamiento del 2 de mayo de 1808: Daoiz y Velarde.
Envuelto en sus pensamientos llegó hasta el portal 21 de la calle. Una fachada estrecha, con una sencilla inscripción con la palabra ATENEO, se correspondía con ese número.
A un metro por encima del nombre de pila del edificio había tres placas con imágenes realizadas por Arturo Mélida, en representación de los tres apellidos del emblemático lugar: Velázquez, por lo Artístico; Alfonso X, por lo Científico y Cervantes, por lo Literario.
Nada más franquear el acceso se sintió invadido por sentimientos contradictorios, que sin duda eran fruto de la magia que se respiraba en el interior.
Hizo un esfuerzo para recordar que su visita, a altas horas de la noche, era totalmente profesional. Un hombre había sido encontrado muerto en misteriosas circunstancias. Él estaba allí para recabar, de primera mano, las impresiones que los forenses y los distintos equipos de investigación desplazados a la escena le pudieran facilitar.
Ascendió la impresionante escalinata de mármol, flanqueada por las representaciones escultóricas de Adán y La Victoria, obras de Eduardo Barrón y Agustín Querol respectivamente, con una mezcla de reverencia y respeto. Frente a él se abría el vestíbulo que da acceso a la Sala de la Cacharrería, espacio de tertulias obligadas durante los siglos XIX y XX, aunque en la actualidad se dedicaba a presentaciones multidisciplinares para socios y amigos del Ateneo.
La persona que se identificó como responsable de seguridad de la institución salió a su encuentro y le invitó a sentarse en una mesa bicentenaria, situada frente al famoso cuadro de Las Alegorías de las Bellas Artes, pintura original de Vicente Palmaroli, que también fue director del Museo del Prado.
El cadáver de un hombre, de unos sesenta años, aún permanecía sentado en el mismo sillón que ocupaba cuando el personal de limpieza intentó levantarle, media hora después de que terminarse el coloquio que siguió a la tertulia de esa tarde. El susto que se llevaron al comprobar que estaba muerto fue indescriptible.
—Parece que ha sufrido un infarto —dijo la persona que le había intentado despertar.
—Infarto o no infarto, hay que avisar a seguridad —contestaron.
Media hora más tarde, todo el protocolo de actuación en casos de fallecimiento por causas judiciales se había puesto en marcha. Afortunadamente, las actividades de la docta institución habían terminado sobre las 22:00 horas y nadie se había percatado de que, a escasos metros del histórico despacho de Don Manuel Azaña, de la época en la que fue presidente del Ateneo, una persona había fallecido por causas aún no determinadas.
Hacía tiempo que el forense, sus ayudantes, la policía judicial y la científica, aguardaban la llegada del jefe de la Brigada de Homicidios y del Juez Instructor para proceder al levantamiento del cadáver.
Marcos Unanua había observado una gran profusión de símbolos esotéricos y taumatúrgicos entre los viejos cuadros que adornaban las añejas paredes. Su mirada analítica había descubierto animales con significados mágicos, emblemas de la masonería y jarrones con apariencias satánicas.
El edificio, recientemente renovado con motivo de su segundo centenario, no escondía su glorioso pasado, quizá un tanto antiguo, poseedor de un regusto grandilocuente y tenebroso al mismo tiempo.
Jaime Gago, el forense que se había hecho cargo del caso, se acercó a ellos y tomó asiento frente al capitán.
—Veo que ya se conocen —dijo señalando a sus interlocutores.
—Me avisaron de Recepción de que el capitán Unanua estaba subiendo —contestó el jefe de seguridad.
—Buenas noches, Jaime. ¿Ya sabes qué ha sucedido?
—Sí, capitán. De una primera observación se deduce que le han clavado una sencilla aguja de hacer punto en el corazón… pero desde un costado. Más o menos como a la famosa Sissi, la Emperatriz de Austria.
—Lo recuerdo. Ese caso se estudiaba en la Academia —repuso Unanua—. Supongo que no habrá sido un anarquista ávido de notoriedad.
—Eso se lo dejo a usted y a su equipo. Lo mío es descubrir qué ha ocurrido. Lo del móvil y todo eso es cosa de sus chicos.
—¿Cuándo tendremos un informe completo sobre las causas de la muerte?
—Si todo se da bien, mañana por la tarde. Si no encontramos drogas ni tóxicos, será mucho más sencillo.
El juez apareció en ese momento por la puerta sobre cuyo dintel estaba situado el cuadro de Las Alegorías. Se detuvo un instante tratando de orientarse, pero enseguida se percató de la señal que le hacían el forense y el jefe de la Brigada de Homicidios.
Los tres, acompañados por el responsable de seguridad, se dirigieron al lugar donde el fallecido estaba siendo examinado desde todos los ángulos posibles, para encontrar un indicio que permitiera apuntar a la persona responsable de su muerte.
—¿Tenemos algo? —preguntó Unanua a los agentes de la científica.
—Nada, jefe. Ni una pista. No hay huellas en la aguja. Ni siquiera hemos encontrado evidencias de que le sujetaran. Parece un trabajo limpio y sin marcas...
—Le han debido agredir mientras aplaudía, entonces —dedujo Unanua observando la herida mortal—. Con los brazos a lo largo del cuerpo no habría sido posible clavar la aguja en esa posición.
—Lleva muerto unas dos horas —confirmó el forense—. El coloquio terminó sobre las 21:00 horas. A las 21:30 el personal que se ocupa de acondicionar la sala lo encontró sentado y sin signos externos de violencia. El susto que se llevaron al intentar “despertarle” para que se fuera a su casa fue mayúsculo.
—¿Algún testigo? —preguntó Unanua de forma rutinaria.
—No, capitán. Interrogamos al ponente, a la directora de la sección de las Tertulias Secretas y a todos los socios que habían confirmado su asistencia. Nadie ha visto nada sospechoso.
—¿De qué trataba la conferencia?
—Precisamente, del asesinato de la mítica Sissi.
La inconfundible voz de barítono de Marcos Unanua bajó un tono adicional. Los que le conocían se dieron cuenta de que su desconcierto inicial no iba a minar su determinación por esclarecer el caso.
—Identificación positiva, supongo.
—Así es. Se trata de Carlos Ponce Barrientos, un industrial asturiano que estaba de paso en la ciudad. Se alojaba en el Palace, calle abajo, ya sabe.
—No tenía mal gusto. Lástima.
—Tenemos un equipo registrando su habitación. Con mucha discreción, tal como ha solicitado el hotel.
—Supongo que sus pertenencias personales seguirán en su sitio.
—Se está revisando a fondo. Hasta donde sabemos, todo está en orden. Ah, y no era socio del Ateneo. Lo más probable es que regresara a su hotel y, al pasar por la puerta, le llamara la atención el anuncio de la charla de esta tarde. La casualidad le hizo entrar a presenciar la conferencia.
—No creo en las casualidades —replicó Unanua bajando otro tono el timbre de su voz—. Siempre hay una razón, un motivo, una causa… pero nada es por casualidad. ¿Qué hay del ponente?
—Ramón Ruiz de las Heras, un historiador contemporáneo. Ha dado varias conferencias sobre temas reales relacionados con el misterio y el secretismo a lo largo de los tiempos. Ha declarado que no conocía de nada a la víctima y que se sentía profundamente afectado por lo sucedido.
—¿Actúa solo? Quiero decir, ¿no le acompaña nadie que le prepare los equipos, las conexiones, que haga fotos o vídeos? Este tipo de conferencias se suelen subir después a las redes sociales, incluso se transmiten en directo en la mayoría de los casos.
—Tiene un ayudante que se encarga de todo eso, en efecto. Tampoco recuerda nada extraño. Lo suyo es estar pendiente de la imagen del ponente, no de lo que ocurre en la sala.
—Buen trabajo —dijo a los funcionarios que rastreaban la escena del crimen.
—Gracias, jefe.
—Como de costumbre —añadió—, quiero un informe con los nombres y el historial disponible de todos ellos. Del conferenciante, de su colaborador personal y de la presidenta de la sección. De la víctima, las pólizas de seguros que tuviera suscritas y sus posibles beneficiarios; deudas, deudores, testamento, pareja, ex pareja, familia, vicios de faldas o de pantalones, etc. Lo habitual para poder establecer un motivo por el que alguien le quisiera matar… Lo quiero para mañana a las nueve. En punto.
CAPÍTULO II
Nos fascina todo lo desconocido.
Tácito
En un mundo en el que las medidas de precaución son casi omnipresentes, a Marcos Unanua le resultaba extraño que se cometieran tantas imprudencias. No era lo habitual, en efecto, pero las consecuencias de bajar la guardia solían ser desastrosas. Quizá la fascinación por el misterio o la atracción que ejerce lo desconocido sobre los espíritus más cautelosos, era la explicación de estas conductas.
A las nueve de la mañana ya tenía sobre su mesa los informes solicitados la noche anterior. Su asistente, el siempre eficiente y eficaz Merchán, le había confeccionado un resumen de todo ello, junto con las reseñas de la prensa. Fue lo primero que leyó.
Cuando terminó la lectura de cada dossier, convocó a a su despacho a sus principales colaboradores, Pomares, Vilas y Merchán.
—Buenos días a todos. Gracias por recopilar toda la información y gracias por el resumen, Merchán. Si no lo he entendido mal, lo único que conocemos es el nombre de la víctima, el del ponente del “Misterioso asesinato en Ginebra” y el de la directora de la sección “Las Tertulias Secretas”, además de la lista de los socios que habían confirmado su asistencia. No sabemos nada más.
—No está mal para empezar, ¿verdad, jefe? —dijo Merchán con cierta sorna.
—Tampoco esperamos que los malos dejen su tarjeta de visita en la escena del crimen, pero ha ocurrido otras veces —repuso Unanua.
El jefe de la Brigada de Homicidios y Desaparecidos se volvía especialmente hosco cuando los casos se encasquillaban.
Empezar sin pistas era algo habitual en su trabajo, pero siempre confiaba en ir descubriendo indicios, que unas veces no llevaban a ninguna parte, aunque en ocasiones permitían descubrir a los culpables.
Unanua confiaba ciegamente en sus capacidades y, por descontado, en las de su equipo.
—El forense me ha confirmado que esta tarde, sobre las cinco, tendremos su informe detallado. Merchán hará las copias necesarias y las distribuirá. Me ha adelantado que será más bien pesimista: no hay huellas, signo alguno de violencia, veneno, química ni nada, excepto una aguja de carbono, de las de hacer punto, de unos 35 centímetros de longitud y tres milímetros de grosor. La marca, Karbonz KnitelPro, viene grabada en la base. A ver qué podéis averiguar. A las seis, reunión de todos los inspectores disponibles…
—Jefe, la prensa insiste en conocer detalles —añadió Merchán.
—Es normal, pero ellos hacen su trabajo y nosotros el nuestro. Diles lo habitual: Estamos siguiendo varias líneas de investigación, no se descarta ninguna hipótesis y es obvio que no se pueden dar más detalles para no entorpecer las indagaciones en curso. Las teorías conspiratorias son cosa suya, por lo que he leído esta mañana. “Muere un asistente a la charla sobre el asesinato de Sissi en las mismas circunstancias que se estaban narrando. ¿Hay una maldición de la legendaria Isabel de Baviera?”
—¿Han filtrado el motivo de la muerte? —preguntó Pomares.
—O se lo han inventado. En ocasiones aciertan. De todas formas, la aguja sobresalía lo suficiente como para que se pudiera ver. Eso prueba, por cierto, que su verdugo no tuvo tiempo de retirarla. Quizá este pueda ser su gran error —añadió Vilas.
—Muy interesante, en efecto —confirmó Unanua—. Puede que esa aguja nos diga más de lo que pensamos. Averigua todo lo que puedas. Nos vemos a las seis.
La prensa local, algunos medios nacionales y agencias internacionales aguardaban la comparecencia de Merchán.
El asistente se limitó a declarar lo acordado minutos antes, pero no pudo evitar el asedio al que le sometieron sobre lo que ya habían bautizado como el caso “Ateneo”.
Por otra parte, que la institución en la que se habían producido los hechos declinase hacer declaraciones disparaba todas las conjeturas imaginables.
Afortunadamente, el auto del Juez Instructor, por el que se decretaba el secreto del sumario, surtió el efecto balsámico acostumbrado y los medios de comunicación no tuvieron más remedio que acatar la decisión adoptada.
—No duden de que estaremos encantados de convocar la oportuna rueda de prensa en el momento que las circunstancias lo permitan —añadió Merchán a modo de cortés despedida—. Muchas gracias a todos por su comprensión y por su asistencia.
Casi todos los corresponsales habían abandonado la sala de prensa. Merchán estaba reordenando sus informes, cuando un hombre, de facciones aniñadas y aspecto físico frágil, se le acercó sigilosamente.
—Supongo que sabe —dijo con una voz quebrada y envejecida— que hay ciertas prácticas, digamos “ocultas”, que recrean las muertes violentas de algunos personajes históricos…
—No tengo ni idea —reconoció el interpelado—. ¿A qué tipo de ocultismo se refiere?
—Ya he dicho bastante. Ahora, si quiere, lo puede investigar.
Merchán repasó la lista de los convocados para tratar de localizar a su interlocutor. Su aspecto débil y avejentado contrastaba con la extraña juventud de su rostro. Sus movimientos, lentos y pausados, denotaban el paso de unos años que no se correspondía con su sonriente expresión. Al no encontrar su nombre ni el del medio que mencionaba en su acreditación, alzó la vista para preguntarle directamente… pero ya no estaba.
—¿Has visto al hombre que acaba de salir? —preguntó al agente que custodiaba la puerta.
—Hace tiempo que se fue el último —repuso—. Últimamente no ha salido nadie.
—Camina medio encorvado, como si tuviera problemas para andar. No puede haber ido muy lejos.
—No he visto a nadie así, la verdad. Igual se me ha pasado. Lo lamento.
—No te preocupes. Quizá me he distraído más de la cuenta. Dile al encargado de las acreditaciones de prensa que venga a mi oficina —dijo Merchán mientras se alejaba.
Hernán Birtz, de la Sociedad de Estudios Históricos, no figuraba entre las distintas personas acreditadas. Por otra parte, la descripción ofrecida por Merchán no tuvo éxito. Nadie reconoció haber visto a una persona con esas características.
—Supongo que se nos habrá pasado —admitió el agente encargado de las relaciones con la prensa—. Vemos una acreditación, damos por hecho que es correcta y les dejamos entrar. Hay veces que vienen en grupo, ya sabes.
—Sí, por supuesto. Pásame las imágenes de la sala de prensa. Tiene que estar en alguna parte.
Un desconcertado Merchán visualizó las cintas que se habían utilizado para grabar la reciente rueda de prensa, con semblante adusto. El joven con apariencia de viejo no había entrado por la puerta, según las cámaras. Se vio a sí mismo respondiendo a las pocas preguntas, su alusión al secreto del sumario y el inevitable desfile de los asistentes cuando se dio por concluida la sesión informativa. La imagen le mostraba dándose la vuelta para recoger sus papeles cuando fue interpelado por el desconocido.
—¿De dónde sale este? —se dijo—. No estaba en la sala… ¿O sí?
Hernán Birtz, de una supuesta Sociedad de Estudios Históricos, era el nombre que figuraba en su acreditación. El único problema es que ni su nombre ni el de su medio de comunicación figuraban en la lista de personas autorizadas.
Las imágenes le mostraban, en efecto, comprobando la lista de acreditaciones al mismo tiempo que Hernán, si es que era su verdadero nombre, se dirigía hacia la salida de espaldas a la cámara. Curiosamente, sus andares vacilantes habían desaparecido.
Merchán no era nada impresionable. A lo largo de sus muchos años de servicio, casi siempre con Marcos Unanua, había visto de todo: supuesta magia negra, vudú, ritos satánicos y un largo etcétera. Por ese motivo redactó un sucinto informe, al que adjuntó algunas imágenes de las cámaras, y se dirigió al despacho del jefe de la Brigada de Homicidios y Desaparecidos.
—Marcos, ¿tienes un minuto?
—Claro, Baldo. Pasa. Para ti siempre tengo tiempo.
Baldomero Merchán, Baldo para su círculo íntimo, era concienzudo y metódico. Sus acertadas reflexiones, muy apreciadas por sus compañeros y, especialmente por su jefe, hacían que todos le otorgaran plena confianza. Unanua le señaló la perenne cafetera de su despacho, invitándole a servirse.
—Gracias, pero no. Ya estoy suficientemente nervioso.
—¿Tan mal te ha ido con la prensa?
—Al contrario. Más bien creo que tenemos al asesino —dijo sin inmutarse, entregando su informe—. Aquí tienes los detalles.
A Unanua se le erizaron los poros de la nuca al oír a su asistente. Merchán no solía presumir, por lo que dedujo que su afirmación podría ser cierta. Si la intuición de su inseparable compañero era real, lo más probable es que Hernán Birtz, quienquiera que fuese, había estado presente en la rueda de prensa para comprobar las hipótesis de la policía.
—Antes se limitaban a leer la prensa para deducir nuestros pasos. Ahora se permiten el lujo de asistir a nuestras reuniones con los medios —comentó Unanua.
—Es evidente que su tarjeta de identificación era falsa, así como su disfraz. Ni puede ser tan joven como quiere parecer su cara ni, mucho menos, tan viejo como intentaba aparentar.
—¿Cómo pudo entrar a la sala?
—Imagino que con una acreditación real de un medio real. Falsificó otra y tiró de disfraz. Consciente de que las cámaras de seguridad le iban a grabar, utilizó algún tipo de máscara facial, aunque confieso que daba muy bien el pego. Me soltó su rollo, dejando bien visible su nombre y la supuesta Sociedad Histórica, sabiendo que yo intentaría verificarlo con la lista. Reconozco que me tomó algunos segundos comprobar que no figuraba, de modo que se largó tranquilamente caminando con absoluta normalidad. La acreditación se comprueba a la entrada, pero no a la salida, de modo que el agente de la puerta no vio nada fuera de lugar.
—¿Por qué consideras que es el asesino?
—Porque, al igual que tú, no creo en las casualidades.
Acordaron realizar ampliaciones del rostro del supuesto Hernán Birtz, que fueron procesadas y editadas hasta obtener una apariencia aceptable. La imagen del miembro de la desconocida Sociedad de Estudios Históricos se distribuyó discretamente, sin dar más pistas que las de la supuesta búsqueda de un hipotético desaparecido.
—Se nos ha ido la mañana —advirtió Unanua—. Te invito a comer.
—¿Dónde siempre?
—Donde siempre.
Los dos oficiales abandonaron las dependencias policiales y se encaminaron a un pequeño restaurante, situado en la misma calle a escasos doscientos metros.
Varios agentes de los prestigiosos grupos V y VI, cuyo palmarés envidiaban las policías de toda Europa, les saludaron al entrar. No había ninguna mesa libre, por lo que tuvieron que aguardar pacientemente a que se fuera despejando el local y se acomodaran las personas que estaban antes que ellos esperando su turno.
Finalmente, les asignaron una mesa en un rincón discreto. Examinaron la carta y pidieron los platos de sus preferencias.
El telediario abría las noticias de sucesos con todo tipo de rumorología respecto al misterio de la aparición del cadáver de un contertulio del Ateneo de Madrid. Lo que se había tomado como un ataque cardíaco se había vuelto trágicamente cierto. Alguien había atacado al corazón de la víctima causando su muerte. El infarto, una causa natural, quedó descartado. La policía no tiene nada que añadir y se esconde, una vez más, tras la cortina del secreto del sumario.
Este tipo de comentarios eran tan habituales que ya no les daban ninguna importancia. Continuaron hablando de cosas intrascendentes, porque nunca se sabe quiénes pueden ser tus vecinos de mesa. A los postres, Unanua se atrevió a saltarse su propia norma.